No se trata solo de beneficiar a las mujeres, sino también de impulsar el crecimiento económico y la cohesión social, ya que la igualdad de oportunidades, al crear entornos más justos y diversos, en donde todas las voces son valoradas
No es la primera vez que escribo acerca de los tacones. Me parecen un emblema de feminidad: influyen en nuestra sinuosidad, nuestra postura, nuestra psique. Pero, al mismo tiempo, por muy acostumbradas que estemos a usarlos, suponen una ralentización de nuestros movimientos, un esfuerzo adicional.
Traigo el tema a colación porque en días pasados pude ver un video que promovía la equidad de género, producido por Farmamundi, una ONG que se ocupa de la salud integral y de brindar ayuda farmacéutica a países menos favorecidos. La descripción visual de la situación era tan elocuente, que me sentí impactada.
En la imagen, un hombre y una mujer ataviados con indumentaria deportiva acometían una carrera. A medida que la cámara retrocedía, podía apreciarse que la mujer, en lugar de llevar zapatos de running, iba en tacones.
En paralelo, la voz en off del locutor destacaba cómo pertenecemos a la misma especie, vivimos en el mismo planeta, quizás seamos del mismo país, podemos tener los mismos sueños y recorrer el mismo camino. En algunos países hasta tenemos las mismas oportunidades. Pero…
La mujer iba cargándose progresivamente de cosas: la bolsa del mercado, un bebé… Tenía los brazos ocupados, lo que le impedía asir otras manos que se tendían hacía ella. Finalmente, llegaba a la meta al mismo tiempo que el hombre, pero con un esfuerzo considerablemente superior. La sentencia final del video resumía con claridad la situación: en la carrera de la vida las mujeres tienen las mismas capacidades pero más obstáculos para llegar a la meta.
Y es que me hicieron notar que, según el Foro Económico Mundial, todavía las mujeres ganan, en promedio, un 20% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo. Además, en la práctica, las condiciones en que unos y otras se desenvuelven son radicalmente diferentes.
Si bien es cierto que situaciones como la maternidad son elecciones personales, también es cierto que sin ella se extinguiría la especie. No se trata de desnaturalizar el orden de las cosas: se trata de que las mujeres puedan cumplir con todos sus roles y disfrutar de cada faceta de la vida, sin las enormes presiones a las que se ven sometidas.
Una igualdad de oportunidades efectiva pasa por tomar en cuenta estas características que, a la postre, perjudican a la mujer cuando, por ejemplo, su jubilación se ve afectada por tener menos años cotizados si ha interrumpido su carrera para dedicarse a la crianza. De hecho, su reinserción en el mercado laboral tras la maternidad puede ser más dificultosa por no haber podido mantener actualizada su formación o porque existe un “hueco” en su currículum.
La llamada «doble jornada», el trabajar en un empleo durante el día y luego encargarse de las tareas domésticas y el cuidado familiar durante la noche, supone una carga adicional que impacta el bienestar físico y emocional de las mujeres, y reduce las posibilidades de avanzar en sus carreras o de dedicarse a proyectos personales.
Es vital romper los estereotipos de género que perpetúan ciclos de pobreza y limitan el potencial de progreso.
Atender las necesidades particulares de cada sector de la población es una cuestión de justicia social que va de la mano con los más elementales derechos humanos. No se trata solo de beneficiar a las mujeres, sino también de impulsar el crecimiento económico y la cohesión social, ya que la igualdad de oportunidades, al crear entornos más justos y diversos, en donde todas las voces son valoradas, y en donde todos pueden prosperar sin barreras basadas en el género, contribuye a la innovación y la productividad.
linda.dambrosiom@gmail.com