Mucho se ha opinado por todos los canales posibles de la pertinencia del nombramiento de una comisión presidencial para tratar de recuperar la industria petrolera.

Es motivo de celebración el hecho de que por lo menos admiten que la industria está en problemas graves. Lo que no parece lógico desde ningún punto de vista es que nombren a los que nada saben del negocio petrolero, y lo que es peor, que son directamente responsables de la debacle de Pdvsa.

 
La reestructuración de la petrolera es muy necesaria. La industria estatal está en el piso. Nada queda de lo que fue, una de las más importantes del planeta. En su época dorada llegó a ser tan famosa como los yacimientos que explotaba en suelo venezolano.

Fue bandera de adelantos tecnológicos y de organización, lideró el mercado y le dio a Venezuela no pocos reconocimientos, además de cantidades inmensas de dinero con las que se financiaron muchas obras importantes. Quieran reconocerlo o no, todo eso ocurrió durante los años de la democracia (aunque no perfecta, perfectible) que tuvo el país.

Ahora la producción ha disminuido a niveles de hace décadas y no debe haber un solo taladro que no requiera reparación y mantenimiento urgente. Tampoco los pozos han sido cuidados, al contrario, han cerrado muchos.

¿Y cuál es la salida del régimen a este desastre? Poner la empresa en manos de unos fulanos que lo primero que se les ocurre es ofrecer una caja CLAP “especial” para los trabajadores. ¿Será que creen que el problema de producción se arregla regalando más lentejas?

Los economistas que saben de la industria afirman que para recuperar la producción petrolera venezolana se necesitan aproximadamente 10.000 millones de dólares al año. Además, aseguran que este régimen no cuenta con este dinero y mucho menos tiene las puertas abiertas para conseguirlo afuera. Hasta ponen en duda una posible ayuda de chinos o rusos.

Eso es lo que pasa cuando se le da poder a la gente que no sabe. Acaban de enterrar la industria petrolera venezolana y nombraron una comisión para que organice el sepelio.

Editorial de El Nacional