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Lechuga en los bodegones

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Lechuga en los bodegones


 
 
En estos primeros días de enero por las redes sociales circula un video en el que se ve un campo sembrado de lechugas mustias y un productor de Mérida que explica: “Se nos perdió la siembra porque no tenemos gasoil para sacarla de aquí y venderla”.

 

 

Esa es la realidad del campo venezolano, que aunque se ha visto afectado por la pandemia, la enfermedad que lo ha puesto en fase terminal es de color rojito. Es demasiado el esfuerzo de conseguir las semillas, los fertilizantes, luchar contra las plagas, cuidar el sembradío, para que después todas esas horas de trabajo se pierdan.

 

 

Los expertos tienen las cifras, y aunque apuntan que la caída fue más leve de lo que pronosticaron, los problemas que enfrentan los agricultores son reales y llevan tiempo. Saúl López, presidente de la Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos, aseguró en recientes declaraciones que los productores del campo recibieron semillas de mala calidad y a muy altos costos.

 

 

A esto se suma el asunto del combustible, que es vital para los agricultores, porque si hacen el esfuerzo para producir y no pueden sacarlo del campo para la venta, todo se anota en números rojos.

 

 

Pero no solamente es la agricultura. También la ganadería es una tragedia. A finales de diciembre Carlos Albornoz, presidente del Instituto Venezolano de la Leche y la Carne, afirmó: “En Venezuela destruyeron la producción. De 570.000 toneladas de carne de bovino cuando era un país normal, bajó a 90.000 toneladas“, señaló.

 

 

Eso, en número tan grandes, no refleja la dimensión real del problema, pero sí la cuenta que sacó Albornoz. Los venezolanos están consumiendo la mitad de la carne que comen los habitantes de países como Etiopía, Ruanda y Nigeria.

 

 

En resumen, los que pagan las consecuencias terribles de esta debacle del campo son los venezolanos, sobre todo los que no pueden seguirle el ritmo a la economía de bodegón. Menos producción nacional, más caros los alimentos.

 

 

A los rojitos les encanta lo que está sucediendo. Se hacen con las tierras de los productores del campo, aproximadamente 6 millones de hectáreas de acuerdo con Albornoz, y las dejan que se pierdan. A ninguno del régimen les importa que esta situación ponga en jaque la alimentación de los ciudadanos. Y eso que hay parlamentarios rojitos que planean seguir con la confiscación de tierras.

 

 

Pero el resultado se ve en las calles. La gente busca comida en la basura, los que pueden comprar algo no les alcanza para satisfacer los requerimientos de su familia y la tragedia venezolana se sigue agudizando cada día.

 

 

Es necesaria una intervención urgente y un equipo que sea capaz de diseñar políticas que aprovechen la disposición que tienen los productores agropecuarios para llenar los anaqueles de los supermercados con el fruto de su trabajo.

 

Editorial de El Nacional

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