Es un tema recurrente en las reflexiones serias sobre el humorismo evaluar los alcances del humor de corte político. Mucho se ha discutido sobre el tema. Para comenzar, quizá la primera distinción a establecer es que en este asunto no es lo mismo el humor de los políticos que el humor sobre ellos o sobre la política misma. En el primer caso, encontramos múltiples ejemplos de políticos que han hecho uso del humor como recurso tanto para conectar con sus seguidores, como para descalificar o combatir a sus adversarios. Un ejemplo reconocido en la historia universal es el de Winston Churchill, de quien existen múltiples anécdotas que así lo certifican, como aquella de un miembro de su bancada que en pleno debate en la Cámara de los Comunes se levantó para pasarse al bando opositor mientras el premier hablaba. Churchill, al ver el gesto de protesta, exclamó: «esta es la primera vez que veo a una rata nadar hacia el barco que se hunde».
También en la historia de Venezuela abundan los ejemplos, como el notable caso de Andrés Eloy Blanco, quien siempre tenía a mano una salida ingeniosa cargada de humor ante las más controversiales situaciones políticas. De esa gracia hizo uso con frecuencia cuando le correspondió ser presidente de la polémica asamblea constituyente del año 1946. De él dijo el doctor Caldera, a la sazón su adversario político en aquellos momentos de dura y hostil confrontación, lo siguiente: «Él influyó, como ninguno, en mantener la unidad orgánica de un cuerpo dividido en fracciones ardientemente opuestas. Y cuando la violencia verbal hacía parecer imposible la permanencia de la minoría en el seno de la Asamblea, él buscaba en los inagotables recursos de su talento la manera de echar, sin aparecer desautorizando abiertamente a sus más apasionados compañeros, un refrigerio sobre el espíritu atormentado de la cámara, que era un eco del espíritu angustiado de la Patria». Aquí el humor político lo que procuraba, como bien señala Rafael Caldera, era la conciliación y por tal razón se refiere con justicia a Andrés Eloy como «el amortiguador de la constituyente».
Cuando entramos en el segundo aspecto: el humor sobre la política o los políticos, la cosa se complica un poco más y son muchas las posiciones discrepantes sobre la utilidad y finalidad de esta manifestación del humorismo.
Los autores que han examinado el tema suelen estar de acuerdo en el hecho de que el humorismo político crea nuevas significaciones sobre los problemas que tienen que ver con los asuntos colectivos, y también en la idea de que prevalece un contenido crítico que expresa el descontento social. No significa esto que toda manifestación de esta forma de humor sea exclusivamente de abajo hacia arriba, es decir de los que no tienen poder hacia quienes los detentan, sino que también puede suceder al revés: el humor político puede estar al servicio de los poderosos en contra de los débiles, para desanimarlos o descalificarlos. Esto, muchas veces, más que como humor suele manifestarse como burla que justifica la marginación.
Lo curioso del humor político es que según la forma en cómo se manifieste puede servir tanto de mecanismo de control del poder frente a los ciudadanos, como de resistencia y vehículo de protesta y reivindicación social. En el primer caso funcionaría como «válvula de escape» del descontento social, sin alterar el orden político, mientras que en el segundo la misión sería, de alguna manera, la de subvertir dicho orden para animar a la gente a transformarlo.
Algunos teóricos, como Gregor Benton, niegan toda posibilidad de que el humorismo político tenga alguna eficacia política. Según él, los que luchan por la libertad tienen que hacer cosas más serias que reírse de su enemigo, y el humor político es tan transitorio como las risas que produce.
Claro que todos estos puntos de vista pueden ser evaluados en la medida en que se expresan en sociedades en las que se tolera el humor político. De alguna manera la persecución y censura que esta manifestación artística sufre en sistemas totalitarios o no democráticos hacen complicado evaluar su alcance, aunque quizá dicha persecución es el más claro y contundente reconocimiento de su poder y alcance.
Tal vez, el rol más importante del humorismo político, más que el de ser promotor de transformaciones políticas, es el de mantener viva en el corazón de la gente la esperanza de que tales transformaciones son posibles y de que corresponde a todos nosotros, que somos por definición animales políticos, propiciarlas con nuestras acciones, y, en definitiva, que un mundo más justo, libre y amoroso es posible.
Laureano Márquez P.
@laureanomar