La soledad de Petro

 

A Gustavo Petro le queda poco más de un año de mandato. El 7 de agosto de 2026 entregará el poder, salvo imprevistos, con los meses finales del mandato marcados por la campaña electoral y su desenlace. Tiene 30 meses en la Casa de Nariño pero luce como un gobierno acabado, sin rumbo y sin éxitos. La transmisión en vivo del Consejo de Ministros de la semana pasada, en el que el presidente y sus colaboradores más cercanos mostraron sin pudor alguno las tripas del gobierno del vecino país, debió dejar, y seguirá dejando, perplejos a los colombianos o a cualquiera que haya seguido el reality show oficial de seis horas de duración aunque sea un ratico.

El primer presidente de izquierda en la historia colombiana ganó en buena lid tanto la primera como la segunda vuelta de las elecciones en 2022. A Petro le reconocían no solo su cualidad de orador parlamentario de primera, sino que había captado como ningún otro de los aspirantes a la presidencia el momento político de su país y los reclamos de cambios. En su toma de posesión en la Plaza de Bolívar mandó, sin embargo, un primer aviso: el nuevo presidente interrumpió la ceremonia para exigir que se trajera la espada del Libertador Simón Bolívar desde la Casa de Nariño.

La orden se cumplió y fue quizás ese episodio el tema más comentado de la asunción presidencial. Petro anunciaba un cambio de era. Que nadie se llamara a engaño con que lo que estaban viendo era un simple y rutinario traspaso de mando.

El celebrado ensayista colombiano Carlos Granés, autor entre otras obras de Delirio Americano(2022) —“un ensayo extraordinario sobre la historia cultural de América Latina”, según el Nobel Mario Vargas Llosa— en este texto realizado desde Madrid y publicado en La Silla Vacía se mete en la piel de Gustavo Petro y su afición por las novelas, por culpa de las cuales, sobre todo de una, “se le difuminaron las fronteras entre la realidad y la ficción”.

Petro adoptó el nombre de Aureliano cuando era un joven guerrillero del M-19 en homenaje al coronel Aureliano Buendía. “Su obsesión con Cien años de soledad marcó su biografía y su manera de entender el mundo, lo convirtió en un sabio de un solo libro, chamán de la oratoria y creador de pueblos”, escribe Granés.

El revolucionario, condición que Petro ha reclamado para sí mismo en varias oportunidades, “que se deja llevar por sus delirios no ve la realidad, con todas sus contradicciones y complejidades, sino un terreno baldío donde fundar Macondo. Creadores de pueblos, refundadores de patria, emancipadores de oprimidos, liberadores de consciencias colonizadas, conductores de patrias vilipendiadas, todos sueñan con lo mismo: llevar su rebaño a la tierra prometida, erigirse en su guía, satisfacer el apetito josearcádico de su megalomanía”, continúa el ensayista colombiano en su retrato sin compasión de Gustavo Petro, pero, como sabemos y padecemos, no solo de él.

En el camino de estos 30 meses de gobierno Petro se quedó muy pronto sin las figuras que había sumado a su gabinete y aportaban centralidad y sensatez política, por cuestionadores de su plan político, y ahora lo están abandonando los identificados con la izquierda clásica que lo siguen desde antes de ser presidente y a los que señala de demasiado puristas y sectarios.  “Petro, sigue Granés, ve golpes blandos y duros acechándolo. Pelotones de fusilamiento frente a los cuales habían de recordar aquella tarde remota en que empezaron las pantomimas bolivarianas, los juramentos emancipadores, el sueño de hacer una revolución en Colombia. Y todo para acabar igual que el coronel, encerrado en una habitación del Palacio de Nariño, alejado del mundo…”

 

Editorial de El Nacional

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