Que el poder persiga a quien piensa diferente o a quien lo denuncie no es, como muchos piensan, un incidente o una posibilidad “natural” de la acción política. La persecución tiene como su verdadero objetivo poner fin a la política. O, en el mejor de los casos, que la política sea irrelevante; es decir, que su resultado sea el de neutralizar, al costo que sea, a los innumerables luchadores que trabajan por generar un cambio en nuestro país.
En Venezuela la persecución política tiene un carácter demoníaco: a los perseguidos se les cierra el paso, sin posibilidad real de defensa. Poderes públicos, funcionarios de tribunales y cuerpos policiales bajo el comando del Ejecutivo acorralan, difaman, violan los procedimientos, desconocen la ley. De la persecución, y esto es fundamental, no escapan los presos políticos del régimen. El caso de Iván Simonovis es emblemático: incluso detenido se le persigue. Su historia procesal es una historia de persecución que niega sus derechos y salta por encima del sentido común y de los más imprescindibles principios de la civilización.
Los testimonios de miles de perseguidos que lograron sobrevivir a los regímenes comunistas de Rusia y Europa Central, así como los estudios realizados por destacados historiadores, coinciden en esto: el régimen perseguidor, más temprano que tarde, convierte la persecución en su finalidad esencial, en su modo de ser y de actuar, porque al perseguir de forma continuada a los dirigentes y ciudadanos opositores se causa una desazón, un sufrimiento, un estado de ánimo que permea a toda la sociedad.
Para quienes conservan en su corazón una disposición básica a la solidaridad, recordar la saña con que el régimen ha actuado en contra de la humanidad de Iván Simonovis sugiere que cualquier ciudadano en Venezuela, sin fundamento alguno, podría ser sometido a los mismos abusos y desmanes.
La persecución no es una consecuencia exclusiva del deterioro de la popularidad del régimen. En el caso venezolano, una compleja mezcla de soberbia y de precaria autoestima (autoestima que Chávez se encargó de vapulear en cadena nacional numerosas veces) crean una realidad a la que debe añadirse la larga y cada vez más gravosa lista de los problemas del país.
El gobierno que persigue es el mismo que no logra generar certidumbre sobre la impunidad con que en Venezuela se mata y se secuestra, o que no alcanza a formular un programa eficiente de medidas que conduzcan a la eliminación del alto nivel de desabastecimiento. El perseguidor quiere silenciar a quienes señalan su ilegitimidad. El perseguidor quiere que las familias acepten pasivamente que la vida se consuma en colas interminables o que para adquirir los bienes básicos para vivir y alimentarse sea necesario esperar durante días y recorrer, una y otra vez, distintos comercios a ver sin un golpe de suerte permite comprar lo mínimo necesario. Porque también para eso se persigue: para ocultar el ridículo de una revolución sin papel higiénico.
Editorial de El Nacional