José Ignacio Moreno León: El doctor bueno y santo: El largo camino de José Gregorio Hernandez hacia los altares

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José Ignacio Moreno León: El doctor bueno y santo: El largo camino de José Gregorio Hernandez hacia los altares

Con la canonización del doctor José Gregorio Hernández y de la madre Carmen Rendiles, fundadora de las Siervas de Jesús, la Iglesia Católica venezolana concluye un laborioso proceso de varios años para cumplir con las tradicionales y rigurosas normas requeridas para declarar santo o santa a un fiel.

Estas canonizaciones permiten que José Gregorio y Carmen Rendiles sean ahora, por decisión del Papa León XIV, incluidos en el Calendario Litúrgico Universal y puedan ser venerados públicamente en todas las iglesias católicas.

El caso de San José Gregorio merece una reseña especial, por su trayectoria histórica como académico, científico y ciudadano ejemplar, con notable reconocimiento nacional e internacional. Ha sido un largo camino el de su ascenso a los altares de la Iglesia Católica. Fue declarado Siervo de Dios el 16 de enero de 1949 por el Papa Pío XII; Juan Pablo II lo declaró Venerable el 16 de junio de 1986; el Papa Francisco lo proclamó Beato el 30 de abril de 2021; y León XIV formaliza su canonización este 19 de octubre.El ahora santo venezolano se destacó en su época por sus notables méritos como ciudadano y excelente profesional de la medicina. Fue un galeno y científico que aportó valiosos avances al desarrollo de su profesión, además de haber sido un venezolano de excepción durante los turbulentos tiempos que le tocó vivir en nuestra patria.

José Gregorio se graduó de médico con mención sobresaliente el 29 de junio de 1888, a los 23 años, en la Universidad Central de Venezuela. Viajó a Europa en 1889 con una beca gubernamental para realizar estudios en París y Berlín, donde se especializó en histología, bacteriología, fisiología experimental, microbiología y patología.

Durante esos años de especialización (1889–1893), realizó pasantías en institutos de vanguardia, como el fundado por Claude Bernard (1813–1878), padre de la fisiología experimental, y el Instituto Pasteur, donde trabajaban los mejores bacteriólogos de la época. También profundizó sus prácticas con científicos como Mathias Duval y Charles Richet (Premio Nobel de 1913). En España tuvo ocasión de conocer a Santiago Ramón y Cajal (Nobel 1906) de quien tomó importantes referencias sobre sus métodos de investigación, con énfasis en la histología y el estudio del sistema nervioso.

Con ese bagaje científico, José Gregorio regresó a su patria en 1894 y se incorporó como docente en su alma mater, donde desarrolló una brillante labor académica y de investigación. El doctor Diego Carbonell, uno de sus antiguos profesores en la UCV, lo calificó como “el más sagaz de los maestros y el más pedagogo de los profesores”.

Durante más de 23 años ejerció la docencia y la investigación como titular de las cátedras de Histología, Fisiología, Bacteriología y Parasitología. Fue además fundador de los estudios experimentales de Bacteriología y Fisiología, y cofundador de la Academia Nacional de Medicina. Con todo ello, José Gregorio contribuyó decisivamente al proceso de modernización de la medicina venezolana, en una Facultad de Medicina que, desde su creación en 1827 por José María Vargas, había tenido escaso progreso hasta entonces.

El 29 de junio de 1919, cuando se cumplían 31 años de su graduación y contaba con casi 55 años de edad, un fatal accidente puso fin a la vida terrenal de quien, con su humildad y su apostolado médico, enseñó cómo ayudar a los pobres sin manipular la pobreza.

Le tocó vivir en una época compleja de la historia venezolana, marcada por los gobiernos autoritarios de Cipriano Castro y por once años del gomecismo. Frente a ellos, se mantuvo al margen de la política partidista, pero actuó —con su vida ejemplar, su conducta ética y su fe cristiana— como un modelo de ciudadano honesto y una luz moral en tiempos de autoritarismo.

Cuando Gómez cerró la universidad en 1912, se atrevió a criticar aquel hecho con valentía, calificándolo como “una injusticia enorme”.

La trágica muerte de José Gregorio Hernández provocó una conmoción profunda en toda Venezuela. El pueblo lo apreciaba por el médico bueno y generoso que era, y por su conducta cristiana ejemplar. Muchas voces lamentaron su partida, entre ellas la del entonces joven escritor Rómulo Gallegos, quien escribió en la revista Cultura Venezolana:

“No era simplemente un cuerpo que se llevaban a enterrar, sino un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizando los corazones de quienes lo acompañaban… No era un sabio: era algo más que eso, era un santo… En la ciencia encontró el bien, y en el bien encontró a Dios.”

Más de un siglo después, el país que lo lloró como médico lo celebra ahora como santo: el mismo hombre bueno, pero ahora eterno

Pero dejemos que sea el mismo José Gregorio quien, mediante los novedosos recursos de la Inteligencia Artificial (IA), nos facilite una síntesis autobiográfica:

 

 

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