Ismael Pérez Vigil: Regresando a la política: La comunicación y el uso de las redes sociales

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Ismael Pérez Vigil: Regresando a la política: La comunicación y el uso de las redes sociales

A partir de la reflexión en torno a la comunicación y su papel en la discusión política y la crisis de la democracia, así como los vericuetos por los que pasa la “verdad” en nuestros tiempos, propongo hacer una exploración, reflexiva, acerca de las redes sociales (RRSS), innegable signo de nuestros tiempos, si me permiten el lugar común. Reitero que se trata de una particular y personal reflexión acerca de cómo las estamos utilizando, o mal utilizando. Y en particular, dar pistas para responder a las tres preguntas que dejé abiertas al final del primer artículo de esta serie («La comunicación y las redes sociales»): ¿Podemos decir hoy que estamos realmente “comunicados” a través de las redes sociales? ¿Estamos realmente dialogando? ¿Estamos satisfechos con la calidad de esa comunicación?

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 Historia, los inicios

El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit), organismo rector de la política científica del país, durante las décadas de 1980 y 1990 creó y desarrolló el Sistema Automatizado de Información Científica y Tecnológica, (Saycit) y la Red Académica de Centros de Investigación y Universidades Nacionales, (Reacciun), que fueron importantes iniciativas para el desarrollo de redes científicas en Venezuela.

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Saycit fue creado en 1981 como una plataforma nacional para facilitar el acceso a información científica y tecnológica. En convenio con Cantv se apoyó en una red con nodos distribuidos en universidades y centros de investigación. A partir de allí se consolidó Reacciun como una red académica más amplia, orientada a interconectar las instituciones de educación superior y los centros de investigación. Inicialmente estaba restringida a instituciones afiliadas, pero hacia finales de los años noventa y principios de los 2000, el público general comenzó a acceder a sus contenidos a través de portales abiertos y convenios interinstitucionales. Eso permitió el acceso a Internet, correo electrónico y servicios como listas de discusión y bases de datos científicas.

La incorporación ciudadana

El acceso generalizado de los ciudadanos a los servicios digitales se fue dando de manera paulatina y escalonada. Desde los años ochenta, el correo electrónico que comenzó a utilizarse en entornos académicos, a partir de los años noventa, con servicios como Cantv.net, Telcel.net y Yahoo Mail, el uso se extendió a profesionales, estudiantes y usuarios particulares. En 1995, con Cantv como proveedor más importante, se estableció el primer acceso comercial a Internet en Venezuela. A finales de los noventa el acceso doméstico mediante conexiones telefónicas y lo que llamábamos “módems” volvió su uso más frecuente y hasta surgieron espacios de conexión pública con los cibercafés.

De esta manera, entre 1998 y 2005, plataformas como Yahoo Groups, MSN Groups y listas de correo como eListas.net se popularizaron, ya no solo entre comunidades académicas, sino también entre activistas políticos, grupos culturales, etcétera. Estos “espacios” en línea fueron fundamentales para el intercambio de ideas y la organización social y ciudadana.  A partir de 2005, RRSS como MySpace y Facebook, comenzaron a ganar popularidad. Entre 2009 y 2012, Twitter −hoy X− se consolidó como una herramienta clave para el debate político y social. Posteriormente surgirían Instagram, WhatsApp, Telegram, TikTok y otras que ampliaron el espectro digital, y fueron penetrando todos los estratos sociales. Cantv dominó el acceso telefónico e Internet desde los años noventa. Telcel (luego Movistar), Digitel y Movilnet (subsidiaria de Cantv desde 1991 y nacionalizada en 2007) ofrecieron servicios de telefonía móvil e internet. Aparecieron después empresas como Inter, NetUno, Supercable y otras, y cada día apareciendo más, que complementaron la oferta con servicios de cable y fibra óptica.

El despertar

La llegada de los teléfonos inteligentes, las tabletas, y todas las redes sociales que hoy conocemos, opacaron incluso al correo electrónico y a los grupos de discusión que, en torno a él se crearon al principio. Se produjo un salto importante. Fue todo un renacer de la imaginación, los mensajes y la discusión; parecía que habíamos redescubierto la escritura y el más insospechado y tímido o apocado ciudadano, se convirtió en un “erudito” o un virtuoso de las letras, opinando a diestra y siniestra, de abajo a arriba, escribiendo y disertando sobre cualquier cosa, con o sin conocimiento a fondo del tema que se tratase. Estábamos ante un despertar de la comunicación, la lectura y la escritura, que nos llevaba a insospechados caminos de reflexión y organización. Escribir, opinar sobre política, arte, literatura, ciencia, lo que sea, dejó de ser espacio exclusivo de expertos o quien tuviera acceso a los medios de comunicación, a la prensa nacional, y paso a ser terreno común para cualquiera que se animara a escribir y dispusiera o tuviera acceso a una computadora para hacerlo.

No había ningún rigor, ni reglas; bastaba el deseo de opinar. Pero, las cosas han ido cambiando.

Las “carteleras electrónicas”

No voy a abundar en todo lo que significan las redes sociales que hoy conocemos −hay suficientes análisis al respecto−; solo voy a referirme a dos ejemplos, simples y cotidianos, que todos conocemos bien: Los grupos de WhatsApp −o similares de otras plataformas−; y los mensajes a través de la red de Twitter, hoy X. Ambos más eficientes y poderosos, con mayor alcance que el ya “primitivo” correo electrónico, estaban llamados a −y debieron ser− elementos fundamentales de comunicación, con familiares y personas afines; y también de medio de información, de discusión, de diálogo y profundización, o medios de integración y organización para ser más efectivos en la crítica y en consecuencia del desarrollo de un modelo de sociedad democrática −aunque imperfecta, todas lo han sido y lo son−, más eficiente, que es lo que al final se supone que deseamos reconstruir.

Pero, hemos ido convirtiendo esos “instrumentos” en “carteleras electrónicas” donde la gente publica cosas; simplemente, son un “espacio más”; lo dicho, una “cartelera”, pero electrónica, donde difundir ideas. Cada día participamos menos en las discusiones, que ya no hay tampoco muchas. Son, además, como “cartelera” apenas una especie de “espejo” ante el cual nos comportamos acríticamente, viendo solamente como se refleja nuestra imagen, sin que nos importen mucho los que comparten con nosotros esas realidades sobre las que opinamos y esos grupos a los que van dirigidos nuestros mensajes.

WhatsApp y Twitter (o X)

Si somos sinceros, veremos, por ejemplo, que, en los grupos de WhatsApp, o similares, a los que pertenecemos, cada día leemos menos ni reflexionamos acerca de lo que se escribe u opina en esos grupos; ni siquiera los “visitamos”, simplemente enviamos “archivos, enlaces y documentos” −como dice el encabezado de todos los grupos−, desde otro grupo al que sí visitamos, sin verificar si ese tema se está discutiendo en ese grupo o si esa información ya ha sido enviada o si lleva mucho tiempo circulando. Incluso si se nos hace la observación, usualmente nos molestamos, nunca ofrecemos una disculpa por lo repetitivo de los mensajes −a veces ni siquiera nos damos cuenta− y asumimos una actitud que parece decir: “solo lo que yo digo es lo importante, lo que dicen los demás no lo es”.

Con el caso de Twitter o X, la situación es más dramática; en sus orígenes nos limitaba a 140 caracteres, luego los duplicó y las versiones “premium” −vale decir, pagadas− no tienen esa limitación, llegan a 4.000 caracteres −una y media o dos páginas normales de texto en Word−. Poner límites, dirán algunos, y me incluyo, no es malo per se, nos obliga a reflexionar, sintetizar, pensar bien lo que se va a decir −o responder o contraargumentar−; pero es que algunos no solo escriben 280 caracteres o menos, sino que también su capacidad de leer, incluso de pensar, parece que se reduce a ese número de caracteres. Por eso, es más fácil hacer descalificaciones, comentarios lapidarios, burlones, vulgares o groseros, frente a las opiniones que no se comparten. Conducta perfectamente acorde con el mundo “polarizado” en el que nos movemos.

Polarización y sentido común

Lo que llamamos “polarización” −o su desarrollo− convierte a los rivales, o simplemente a los que piensan diferente, en enemigos, que hay que “destruir”. Contra eso es poco lo que se puede hacer, por no decir: nada; porque, además, la “polarización” se encarga de cerrar las salidas. Haría falta una reflexión colectiva, para deponer esa actitud y conducta, que en este momento es difícil imaginar. Pero, con relación a otros factores, por ejemplo, la gran cantidad de información que circula y que muchas veces es falsa, sí se pueden tomar medidas. La más importante es emplear el sentido común; si algo parece exagerado, que caricaturiza demasiado la realidad o es demasiado “bueno” para ser verdad, es probable que en efecto sea falso; y, de todas maneras, hay acciones que se pueden emprender, como verificar con fuentes más confiables, con amigos o simplemente dar tiempo para ver si se confirma la información; hoy la tecnología a nuestro alcance nos facilita buscar en otras fuentes o en las especializadas en descubrir “noticias falsas” (fake news), si lo queremos hacer; pero, si lo que queremos es difundir y argumentar con información falsa, sin verificarla, o no nos importa, siempre habrá excusas; pero, si somos sinceros, son solo eso, excusas.

Inteligencia artificial

Ahora, con la “inteligencia artificial”, todo se potencia; especialmente la capacidad de buscar información, pero también que la que se encuentre, si no está debidamente verificada, nos pueda llevar a más confusión, errores y mala utilización. Cada día esta situación es motivo de análisis, comentarios y advertencias de diversos autores y especialistas, juicios a favor y en contra; no voy a abundar en el tema, pues creo que aún es prematuro hacer un juicio de valor definitivo; pero, sí me haré eco de unas observaciones que leí hace unos días, del economista Guy Sorman:

“Con las redes sociales y la inteligencia artificial hemos entrado en una era donde la propaganda y la influencia dominan el discurso, y donde la imaginación compite −ya a menudo supera− a la realidad… La inteligencia artificial, en ese sentido, no parece avanzar hacia una ciencia más exacta, sino hacia una nueva mitología que nos convence de que las creencias son más interesantes que la verdad.” («¿Es la IA solo una burbuja?», El Nacional, 6 de noviembre de 2025)

En cualquier caso, hay que leer el artículo completo; en lo que a mi concierne, no hace falta suscribir todo lo que dice Sorman, pero las observaciones de que la “imaginación” supera la realidad y que podemos avanzar hacia una “mitología” que supere la verdad, creo que debemos tomarlas en cuenta, no solo con relación a la “inteligencia artificial”, sino con toda la tecnología que tenemos a nuestro alcance.

Conclusión

Estamos renunciando al diálogo, a la confrontación de ideas; sucumbimos al “algoritmo”, que es el que decide que vemos, que leemos, que investigamos; en definitiva: que pensamos. Cada día son más las personas que nos señalan que ya ni siquiera revisan sus correos, sus mensajes, sus grupos de discusión o de difusión de información, desaprovechando la funcionalidad de esos grupos y de las redes sociales. Si no hacemos esa reflexión, estaremos desperdiciando la enorme oportunidad y facilidad que nos brindan las redes sociales para profundizar ideas, organizar actividades o hacer propuestas de alternativas de solución a los graves problemas que aquejan a nuestra sociedad y época. Por más que nos parezca que la situación es compleja y grave, aún estamos a tiempo.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com

 

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