Humberto García Larralde: Teodoro

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Humberto García Larralde: Teodoro

El 31 de octubre marcó el séptimo aniversario de la desaparición física de Teodoro Petkoff. Fue un fuera de serie, brillante, culto y políglota, quien marcó decisivamente la discusión política en Venezuela, sobre todo, en el campo de la izquierda. Van mis impresiones al respecto.

Vi por primera vez a Teodoro en 1969, en el acto que hizo el Partido Comunista en el Palacio de los Deportes de la avenida San Martín para celebrar el retorno a la lucha política abierta de quienes habían protagonizado el espectacular escape del Cuartel San Carlos unos años antes: Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce y el propio Teodoro. Hecho posible por la pacificación que había iniciado la presidencia de Raúl Leoni –las ilusiones que una vez habían insuflado a la lucha armada estaban de salida–, que culminó con la vuelta a la legalidad del Partido Comunista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria bajo el gobierno de Rafael Caldera. A cada uno de los festejados le respaldaba una leyenda particular que los colocaba en nuestro sitial de héroes –la del Santos Yorme clandestino durante la dictadura de Pérez Jiménez, la del férreo catire García Ponce y la increíble fuga de Teodoro Petkoff desde un quinto piso del Hospital Militar, descolgándose con un atajo de sábanas, quizás la gesta que más impresionaba a jóvenes como era yo entonces.

Desde este hechizo juvenil por sus hazañas como luchadores revolucionarios, nuestra admiración pronto fue cautivada por la profusión de ideas que afloraban en la discusión del PCV de entonces, en busca de respuestas al terrible error de haber creído –obnubilado por la Revolución cubana– que el camino para tomar el poder era alzarse en armas, aun encontrándose Venezuela estrenando su largo ejercicio democrático. Porque, a diferencia de la mayoría de los partidos marxistaleninistas, el nuestro no se conformaba con ser una simple capilla para la preservación de dogmas impartidos desde la Unión Soviética. Aquí se debatía, sin temerle a sus implicaciones. Ya la dirigencia se había peleado abiertamente con Fidel, quien despotricaba contra la “cobardía” que, para su proyecto, significaba la decisión del PCV de abandonar las armas. Y en estos debates, que marcarían tanto el futuro de la izquierda en Venezuela y más allá, brillaba la participación de Teodoro.

Su aporte al pensamiento político de la izquierda democrática ha sido comentado in extenso por calificados analistas; no tiene sentido intentar una reflexión propia aquí. Pero en el espíritu de estas líneas, si quisiera evocar lo que significó para quienes empezábamos a entender la complejidad y las dificultades de una lucha política que se proponía mejorar radicalmente las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población. Su libro, Checoeslovaquia, el socialismo como problema –que despertó el encono del secretario general del PCUS de la época, Leonid Brezhnev–, nos esclareció de entrada que la libertad era central a cualquier proyecto socialista que valiese la pena. Era un análisis audaz y valiente sobre los terribles resultados dictatoriales de perpetuar el “socialismo realmente existente”, hecho por quien todavía se mantenía como dirigente de un partido comunista.

Posteriormente, una vez escindido el PCV a propósito de los deslindes que emergían de estas discusiones y constituido el MAS, partido comprometido con la democracia y la libertad, una larga disertación de Teodoro referente a las causas que explicaban el derrocamiento militar de Salvador Allende en Chile en 1973 nos abrió los ojos respecto a los peligros de un aventurerismo revolucionario que, alegando obrar por posiciones de principio, alienaba, con su sectarismo, a gruesos sectores de clase media, temerosa de perder sus libertades. En otro libro, Proceso a la izquierda, Teodoro ahondaba en estas y otras consideraciones, focalizando los desafíos que representaban para la izquierda venezolana –que seguía considerándose revolucionaria– la lucha política en democracia y el compromiso que de ello se desprendía en cuanto al respeto y conservación de sus reglas de juego.

Y aquí desembocamos con otro aspecto en torno al cual se fue cimentando aún más el indiscutible liderazgo que vimos en Teodoro. El entusiasmo que contagiaba su verbo encendido en la plaza pública, el de un líder regio y combativo que exponía sus ideas frontalmente, sin ambages, pero con un discurso cuidadosamente hilvanado para denunciar, con argumentaciones inteligentes y una narrativa irrefutable, las carencias que muchos sentíamos tenía la democracia adeco-copeyana. Recuerdo el entusiasmo que causó su intervención en el primer gran mitin del MAS en El Silencio (1973), “¡Hasta las torres!”, como las de los eventos electorales posteriores, cuando llegábamos a llenar (casi por completo) la avenida Bolívar.

En retrospectiva es fácil disminuir el significado de lo que fue para nosotros estas movilizaciones. Evidentemente, no alteraron el dominio del bipartidismo. Tampoco logró que el MAS superara su “histórico 5%” de respaldo electoral. Razones de ello podrá haber muchas, pero no es este el espacio para discutirlas. Sí merece comentar, sin embargo, lo paradójico que representaba para quienes creíamos en Teodoro lo poco que se proyectaba su liderazgo más allá en términos de las preferencias del electorado. Nunca pudo convertirse en contendiente que pusiera en peligro la hegemonía de AD y Copei. Una personalidad de rasgos algo ásperos por el estilo frontal con la que solía hacer sus denuncias, no sin una picante ironía, como la connotada fiereza con la que las hacía, representaban, en realidad, la espontaneidad que escondía el candor con que asumía sus deberes de dirigente de izquierda. Pero junto a su pasado comunista, le dificultó proyectar una imagen que compitiera con candidatos más populacheros, duchos en repartir simpatías, besar viejitas y apechugarse con todos. Sin contar, desde luego, los recursos de quienes manejaban el poder político del país. El MAS y Teodoro quedaban marginados como opción al monopolio político ante el bipartidismo.

Lo cierto es que, en momentos en que la democracia en Venezuela comenzaba visiblemente a flaquear, el país se privó de considerarlo seriamente como presidente, a pesar de sus convicciones, visión, y compromiso con la justicia y la libertad. Nuevamente, en retrospectiva podemos señalar a Carlos Andrés Pérez (II) como un gran presidente, lamentablemente incomprendido, pero ello no tiene por qué desdecir la apreciación anterior. Cabe señalar que la descentralización política bajo CAP le aumentó el protagonismo político al MAS en diversos estados y pudiera haberlo apuntalado como opción a nivel nacional. ¿Habrían mejorado las perspectivas de gobernar de Teodoro? En todo caso, sus dotes de estadista quedaron patentes al asumir valientemente desde Cordiplan, la conducción de la espinosa Agenda Venezuela, que terminó sacándole los pies del barro al gobierno de Caldera.

Como se recordará, apareció en 1998 el vendedor de aceite de serpientes, Hugo Chávez, quien se embolsilló a la dirección masista con su retórica. “Los espero en la bajadita”, les espetó Petkoff al renunciar al partido. Un nuevo aventurerismo político, como si no se hubiese aprendido nada, pero esta vez tras un militar de claras motivaciones fascistas. En fase tan significativa de su vida, Teodoro, en vez de retirarse a sus “cuarteles de invierno”, se entregó, como sólo él podía hacerlo, a la encomiable actividad de periodista combativo, que no dejaría piedra sin voltear para hacer conocer verdades incómodas e increpar las inconsecuencias de quienes, desde el poder, prometían de todo, para luego quedar como los grandes verdugos del país. Y aquí desplegó claramente su talante innovador, al colocar en la portada de los diarios que dirigió el editorial señero y contundente que escribía, primero en El Mundo y luego, por presiones de Chávez a la Cadena Capriles, en Tal Cual.

humgarl@gmail.com

Teodoro Petkoff

 

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