Razón tenía el occiso cuando afirmaba que mientras los gobiernos estaban de cumbre en cumbre los pueblos iban de abismo en abismo. Pero disfrutó tanto de las cumbres presidenciales que se consagró como un asiduo asistente a esas citas de vanidad. Hoy Maduro va por igual camino.
Las inconsistencias de esos encuentros de integración regional, llámense Celac, Unasur, Mercosur, Aladi, Sela, OEA, etcétera, se hace evidente al someter a escrutinio las deficiencias nacionales en cada uno de sus países miembros. En abultadas agendas le reclaman al mundo lo que ellos no son capaces de dar a sus propios ciudadanos.
Veamos el caso de Cuba, el anfitrión, con un inmenso déficit democrático y una larga trayectoria de irrespeto a los derechos humanos. Sin embargo, prevaleció la mirada esquiva de los países de la región y la hipocresía del secretario general de la ONU y del jefe de la OEA, que obviaron la cuestión fundamental de los derechos humanos para no herir la susceptibilidad de los hermanos Castro.
En el encuentro firmaron una triste declaración que incluye los más trillados temas de la agenda internacional y, específicamente, aquellos que per sé competen a las Naciones Unidas, tales como el desarme nuclear, la seguridad alimentaria, la desnutrición y la erradicación del hambre y la pobreza.
No podía faltar el latiguillo propagandístico del embargo a Cuba, quizás el pronunciamiento más trillado en cualquier sarao organizado internacionalmente y que se ha convertido en comodín de la diplomacia latinoamericana en todas las declaraciones oficiales.
Por supuesto, hay novedades, como la propuesta de erigir un monumento a las víctimas de la esclavitud y de la trata trasatlántica de esclavos. Pero habrá que esperar unas cuantas cumbres más para que se proponga, al fin, un monumento a los miles de cubanos que se lanzaron al mar para huir de la dictadura de los Castro y murieron ahogados o despedazados por los tiburones.
Si la Celac quería implementar temas urgentes para beneficio de los hombres y mujeres latinoamericanos y caribeños, debían haber propuesto acuerdos para la libre movilización de las personas, la homologación de los títulos universitarios, el libre comercio de bienes y servicios, política de cielos abiertos para nuestras líneas aéreas y cero tolerancia a la corrupción, entre otros.
Novedoso hubiese sido que acordaran cerrar las puertas a los gobiernos que restringen la participación ciudadana, que niegan la libertad de expresión, las elecciones libres y excluyen a sus ciudadanos de toda actividad política.
Editorial de El Nacional