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Habla el mayordomo de Trump: ‘Siempre se sabe cuando el rey está en casa’

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Habla el mayordomo de Trump: ‘Siempre se sabe cuando el rey está en casa’

Hace unos días todo relucía en Mar-a-Lago, la mansión de Donald Trump. El sol centelleaba en la piscina y las camionetas negras del Servicio Secreto estaban estacionadas en la entrada. Las palmeras ondeaban con la brisa cálida, las pelotas decroquet chocaban y un guardia vigilaba la entrada a las habitaciones privadas del empresario.

 

 

“Siempre se sabe cuando el rey está en casa”, comentó Anthony Senecal, el hombre que desde hace mucho tiempo es el mayordomo de Trump.

 

 

Ese día el rey regresaba a su Versalles, un paraíso en Florida que se convertirá en un retiro durante el invierno si Trump es elegido presidente. Mar-a-Lago es adonde Trump va para refugiarse, entretenerse y deleitarse. La propiedad de estilo mediterráneo fue construida hace 90 años por Marjorie Merriweather Post, la heredera del imperio de los cereales.

 

 

Pocas personas pueden anticipar mejor las peticiones y deseos de Trump que Senecal, de 74 años, quien ha trabajado en la propiedad por casi 60 años y para Trump durante casi tres décadas.

 

 

Él conoce los patrones de sueño del magnate y en qué término prefiere la carne (“Como una piedra, así de bien cocida”), sabe que Donald Trump insiste, a pesar de contar con un salón de belleza dentro de la propiedad, en arreglarse él mismo el cabello.

 

 

Senecal sabe manejar su ego y ponerlo de buen ánimo, como aquella vez cuando lo llamaron desde el avión de Trump, que estaba por aterrizar, para decirle que el señor se encontraba de muy mal humor. Con premura, el mayordomo contrató a un trompetista para que interpretara “Hail to the Chief”, el himno al presidente de Estados Unidos, mientras el empresario se bajaba de su limosina para entrar a Mar-a-Lago.

 

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Aunque la mayoría de las veces le daba la bienvenida sin tanta alharaca y solo tomaba el traje que llevaba puesto para que lo plancharan en la lavandería del sótano. A la mañana siguiente, antes del alba y después de haber dormido cuatro horas, Trump solía encontrarlo en el umbral de la entrada a sus habitaciones privadas y tomaba de sus manos varios periódicos como The New York Times, Daily News, el New York Post y los de Palm Beach.

 

 

Horas después, Trump aparecía vestido con pantalones color caqui, una playera blanca de golf y gorra de béisbol. La servidumbre aprendió a reconocer que si la gorra era blanca significaba que el jefe estaba de buen humor y, si era roja, guardar distancia era lo más conveniente.

 

 

Los domingos el magnate conducía hasta su campo de golf, que no está lejos, y alternaba cada año entre su Bentley blanco y el negro. Senecal intentó jubilarse en 2009 pero Trump decidió que era irremplazable, así que fue exento de sus obligaciones como mayordomo, pero es una especie de historiador extraoficial de Mar-a-Lago. Trump le dijo: “Tony, jubilarse es como morirse. Nos vemos la próxima temporada”.

 

 

Senecal, que usa anteojos de pasta, bigote de morsa y un pañuelo blanco en su saco negro, parece reflejar la cosmovisión de su patrón: le preocupan los ataques de fundamentalistas y critica a las exesposas del empresario. Y como Trump, está a gusto con los famosos que visitan la propiedad.

 

 

La mirada cercana del mayordomo no solo revela los caprichos del magnate –por ejemplo, que Trump nunca usa traje de baño y no le gusta nadar–, sino también sus exageraciones habituales y narcisistas.

 

 

En los viejos tiempos, Ivanka, la hija del empresario, dormía en la misma suite infantil usada en los años treinta por Dina Merrill, la actriz e hija de Merriweather Post. A Trump le gustaba decirle a los invitados que, de joven, Walt Disney había hecho aquellos azulejos con rimas infantiles.

 

 

Cuando Trump veía que Senecal torcía los ojos al escuchar eso, le preguntaba: “Ah, no te gusta que diga eso, ¿verdad?”. El historiador de la mansión le explicaba que esa historia no era cierta. “¿Y eso qué importa?”, le respondía con una risa.

 

 

Trump está extremadamente orgulloso de su habilidad para golpear las pelotas de golf. Senecal sugiere que quizá no es tan fuerte como imagina, y recordó ocasiones en las que ambos golpeaban pelotas desde Mar-a-Lago. Trump le preguntaba: “Tony, ¿qué tan lejos está eso?”. “Está como a 250 metros”, le contestaba Senecal, aunque la distancia real más bien era de 200.

 

 

Sin embargo, el mayordomo comenta que Trump puede ser generoso cuando se le antoja; a veces saca un billete de 100 dólares del fajo que lleva para dárselo a los jardineros, quienes quedaban muy agradecidos.

 

 

“Eres hispano y estás aquí podando árboles y en eso llega alguien que te da 100 dólares”, explicó Senecal. “Lo adoran, no por eso, solo lo quieren”.

 

 

Lo que más le molesta al magnate es el sonido de los aviones que sobrevuelan la propiedad. Mientras que la antigua dueña se había asegurado de que el aeropuerto cercano desviara los vuelos cuando ella estuviera en casa, las nuevas autoridades no han tenido la misma cortesía con Trump, y el ruido constante de los aviones “lo vuelve loco”, según Senecal.

 

 

“Tony, ¡llama a la torre!”, solía exclamar. El candidato está demandando al aeropuerto del condado.

 

 

Recientemente, Mar-a-Lago causó una controversia en las primarias republicanas, pues sus rivales criticaron al empresario por contratar a empleados extranjeros en la propiedad y no confiar en la fuerza laboral de los habitantes. “Hay muchos rumanos, muchos sudafricanos y tenemos a un irlandés”, dijo Senecal sobre el personal, antes de repetir la justificación de Trump de que los habitantes habían rechazado el trabajo que solo era de temporada. Pero también dijo de los extranjeros “son muy buenos, muy profesionales. Y los lugareños…”, dejó inconclusa la frase e hizo un gesto desaprobatorio.

 

 
Con el paso de los años, Senecal se ha encariñado con la familia Trump. Recuerda que una vez el patriarca, Fred C. Trump, al bajarse de su limosina en la entrada del club le comentó a Senecal: “Más vale que alguien recoja esa moneda”. El mayordomo buscó a gatas y después de unos minutos encontró un centavo oxidado.

 

 

“Sus ojos eran increíbles”, afirma Senecal sobre Fred Trump. “El señor Donald tiene los mismos ojos”. También recuerda a los hijos del patrón actual que cuando eran niños corrían por la biblioteca que tiene repisas de un antiquísimo roble inglés, llenas de raras ediciones, libros que nadie en la familia ha leído. Cuando la biblioteca se convirtió en un bar, Trump colocó un retrato suyo en la pared, uno en el que viste ropa de tenis.

 

 

En 1990, Senecal se tomó un año sabático para ser el alcalde de un pueblo en West Virginia, donde se hizo famoso por su propuesta de exigir a todos los pordioseros que llevaran un permiso para pedir limosna. Relató que Trump le había escrito para decirle: “Qué bien está eso, Tony”.

 

 

Senecal regresó en 1992 y se instaló en sus viejas habitaciones pero le pidieron que se saliera de ahí cuando Donald se casó con Marla Maples quien, en palabras de Senecal, “de verdad no pertenecía a este lugar”. Además, Trump quería rentar ese cuarto a los miembros del club.

 

 

La admiración de Senecal por su jefe no parece tener límites. El 6 de marzo, mientras Trump iba de la sala de su casa al campo de golf, el antiguo mayordomo increpó al personal y los miembros del club gritando: “¡De pie!”, y todos se levantaron. Trump llevaba una gorra con el eslogan de su campaña, “Make America Great Again”. Era blanca, no roja. Parecía estar de buen humor.

 

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New York Times

 

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