CARBAJO & ROJO
Según una nota calificada de estratégica, publicada el cinco de diciembre por la Administración de los Estados Unidos, la civilización europea estaría en vías de «desaparición». Esta sensacionalista y futurista afirmación se basa en fundamentos muy discutibles. El primero de ellos es que la libertad de expresión en Europa es ahora imposible, lo que perjudicaría cualquier debate crítico y reflexión científica. ¿De qué estamos hablando realmente? La Unión Europea no prohíbe ningún debate, pero intenta alertar a la opinión pública sobre la distinción esencial entre la realidad y su manipulación: una distinción tanto más necesaria cuanto que nuestra principal fuente de información y entretenimiento proviene de las redes sociales, que sabemos son poco fiables. Casi todas estas redes sociales son empresas estadounidenses cuyos propietarios se resisten a cualquier intento de regulación. De hecho, Bruselas no duda en imponer a Amazon, Google o X severas multas por sus mentiras. No se comprende por qué una normativa europea que busca informar al lector podría considerarse censura. Las empresas afectadas intentan hacernos creer lo contrario, confundiendo sus propios intereses con lo que ellas llaman «civilización».
Otro argumento de esta nota estratégica que anuncia nuestro declive denuncia las restricciones que los gobiernos europeos imponen a los movimientos políticos extremistas que intentan rehabilitar o negar la violencia perpetrada por los regímenes totalitarios. Tampoco en este caso se ve cómo la restauración de la verdad histórica sobre el papel de los partidos fascistas y nazis durante la Segunda Guerra Mundial podría asimilarse a una censura que condujera al declive de la civilización. Un segundo argumento que debe ser evaluado más seriamente, subrayado con insistencia por la nota estratégica estadounidense, es que Europa desaparecería debido a la invasión del islam. Europa estaría en vías de islamización y, por lo tanto, de desaparición: un argumento que no se basa en hechos verificables. Si consideramos el caso de Francia, el país europeo con mayor población de origen árabe-musulmán, esta apenas alcanza el 10 por ciento del total. Quedaría por demostrar que ese 10 por ciento antepone su adhesión al islam a su elección de integrarse en la comunidad francesa. No es así; prueba de ello es que la mitad de las mujeres de origen árabe-musulmán en Francia se casan con hombres no musulmanes, de tradición cristiana. Supongo que esto ocurre en toda Europa: la asimilación por parte de las mujeres. Lo que realmente aterroriza a los islamistas más radicales no es tanto la presencia del islam en Europa, sino cómo este se mezcla con los valores europeos. Este temor a la disolución del islam lleva a los más débiles de espíritu hasta la barbarie: la barbarie de Madrid, París o Sídney, de la que también son víctimas el 99 por ciento de los musulmanes moderados. A la larga, no hay islamización de Europa, sino una lenta europeización del islam.
Por supuesto, los musulmanes árabes que se instalan en Europa, al igual que todas las oleadas migratorias, traen consigo tradiciones que, con el tiempo, se integran en lo que llamamos la civilización europea. Sin embargo, no se entiende cómo una aportación extranjera, generalmente en forma de música y comida, podría desestabilizar una civilización. Habría que ponerse de acuerdo sobre lo que se entiende por «civilización», más concretamente por «civilización europea». La singularidad de Europa reside en su apertura a las aportaciones extranjeras. La mayoría de los grandes imperios fueron o pretendieron permanecer religiosa o étnicamente puros. Pensemos en China o en la India. Europa, por el contrario, nunca se ha basado en la pureza étnica y religiosa; su singularidad radica en su capacidad para integrar aportaciones externas en una especie de sedimentación que constituye nuestra fuerza y nuestra grandeza. Esta sedimentación no siempre ha sido fácil; ha generado grandes disputas, guerras intestinas, nacionales y religiosas, pero al final, hoy más que nunca, podemos hablar de civilización europea. No era así hasta mediados del siglo XX; la creación de la Unión Europea ha contribuido a esta homogeneidad cultural al traducir en instituciones los cambios transnacionales que se estaban produciendo en lo más profundo de nuestras sociedades. En su mayoría, un joven español o francés de hoy en día se define como europeo al mismo tiempo que se reconoce como español o francés. Añadiré, invirtiendo el análisis que nos llega de Estados Unidos, que identificar la civilización europea con la raza blanca y la religión cristiana es absurdo: por mucho que miremos atrás en nuestra propia historia, si bien la civilización europea es en gran parte heredera del Imperio romano, recordaremos que la fuerza de este imperio radicaba en aceptar las culturas y religiones del vasto conjunto que gobernaba. Los propios emperadores procedían de todos los rincones del imperio. Roma se distinguía por la ley, no por la raza. Identificar, como hace la nota de Estados Unidos, la civilización europea con la raza blanca y la religión cristiana es un «insulto a la mayoría de los europeos que no son ni blancos ni cristianos y, sin embargo, son europeos».
Por otra parte, se podría invertir el análisis contra Estados Unidos observando que la mitad de los ciudadanos ya no son de la etnia denominada blanca: ¿están los Estados Unidos en vías de desaparición? Si Europa está en declive, una idea tan descabellada como indemostrable, no es su carácter civilizatorio lo que está en juego, sino razones más objetivas y cuantificables: sus decisiones económicas y su estrategia militar. En economía, Europa, por muy próspera que sea, desde hace unos treinta años se está quedando atrás con respecto a Estados Unidos y, relativamente, se está empobreciendo. Esto no es el resultado de la incompetencia de nuestros empresarios y trabajadores, sino una elección social compartida por casi toda la Unión Europea, sin que se haya expresado abiertamente. Hemos optado por privilegiar la solidaridad social en lugar del crecimiento a toda costa, con sus beneficios, pero también con sus perjuicios. Lamentamos la pobreza del debate en Europa sobre esta preferencia no reconocida entre crecimiento y solidaridad. La otra señal del declive relativo, como nos reprochan todos los presidentes estadounidenses desde Barack Obama, es que dependemos de la OTAN para nuestra seguridad militar. Esta seguridad subcontratada es obsoleta; la Unión Europea está condenada a rearmarse contra enemigos previsibles como Rusia e imprevisibles como China y la yihad islamista. La civilización europea seguirá siendo pacifista, pero un pacifismo armado que es la forma más segura de conservar nuestra identidad no agresiva y no imperialista.
En resumen, al contrario de lo que se piensa en Estados Unidos, Europa es y siempre ha sido mestiza; con esto quiero decir que la civilización europea es la suma de contribuciones culturales procedentes de todo el mundo. Si, como nos invita la ideología trumpista, Europa aspirara a convertirse en blanca y cristiana, esa aspiración sería minoritaria y sin efecto. Además, Europa ya no sería Europa: una Europa de sangre pura significaría verdaderamente nuestro declive.
Guy Sorman
Artículo publicado en el diario ABC de España








