Guy Sorman: Drogas, una guerra perdida

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Guy Sorman: Drogas, una guerra perdida

En el arsenal de los demagogos la llamada ‘guerra contra las drogas’ ocupa el segundo lugar, después de la lucha contra la inmigración. La expresión se remonta al presidente Richard Nixon, que buscaba una causa que le devolviera la popularidad. La expresión se popularizó y fue adoptada por numerosos jefes de Estado sin que ninguna de estas guerras se ganara jamás. La última hasta la fecha se le atribuye a Donald Trump, quien también buscaba una causa que reflotara su popularidad. A diferencia de sus predecesores, su guerra contra las drogas es real: moviliza al Ejército y mata. ¿A quién? No lo sabemos, ya que entre los barcos hundidos en el Caribe no se ha aportado ninguna prueba, ni de lo que transportaban los barcos ni de quiénes eran los marineros asesinados.

No nos equivoquemos: no siento ninguna simpatía por los narcotraficantes, pero cualquier enfoque serio de la toxicomanía demuestra que los métodos belicosos y el vocabulario pomposo no sirven para reducirla. Un jefe de Estado que declara la guerra a la droga olvida que una droga solo mata si se consume. Atacar únicamente al narcotraficante es ignorar la otra cara del problema: la razón por la que hay tantos consumidores que corren el riesgo de perder la vida. Cualquier enfoque de la toxicomanía debe tener en cuenta la oferta y la demanda.

Evidentemente, es más fácil incriminar la oferta destruyendo los cultivos de coca, deteniendo a los narcotraficantes y negociando con los proveedores para que se dediquen a otras actividades. Recuerdo que el presidente Reagan intentó persuadir a América Latina para que cultivara piña en lugar de coca, pero el campesino colombiano o boliviano es un empresario que sabe que la piña nunca le reportará tantos beneficios como la coca. Y la lucha contra la oferta de drogas se ha vuelto aún más compleja, ya que el campesino latinoamericano ya no es el principal proveedor de las drogas más buscadas. Estas son químicas, producidas en laboratorios de China, Birmania e incluso Estados Unidos. El fentanilo, la sustancia más demandada, sale de China y transita en cantidades difíciles de detectar a través de América Latina o África hacia los lucrativos mercados de Europa y Estados Unidos. ¡Vaya a negociar con China!

Todas las guerras contra el narcotráfico han fracasado, la primera de ellas en 1919, por iniciativa de Estados Unidos. En aquella época el enemigo era el cannabis importado por los trabajadores mexicanos. El principal resultado fue el aumento de los precios, sin disminuir la oferta ni reducir la demanda; los consumidores simplemente pasaron del opio, muy popular, al cannabis, más de moda.

Como en el caso de la piña, Europa y Estados Unidos, los dos principales consumidores, deberían proponer a los productores actividades sustitutivas que reportaran tantos beneficios como las drogas. ¿Con qué sustituir el cannabis en el Rif marroquí? Este tipo de negociación nunca se ha llevado a cabo de forma seria, ya que no sabemos qué alternativa ofrecer a estos países pobres. Sus dirigentes también argumentan, con razón, que la causa del tráfico se encuentra en los consumidores, no en los productores. Una guerra honesta contra las drogas obligaría, por tanto, a cuestionarse el comportamiento de los consumidores y, lamentablemente, habría que reconocer que el consumo de drogas es tan antiguo como cualquier civilización. El alcohol, el tabaco y el opio han sido fuente de placer u olvido desde que el hombre busca evasión.

Desde el momento en que la guerra contra las drogas se centra en los consumidores y no solo en los productores, resulta sorprendente que no se consideren drogas el tabaco, el alcohol y los opiáceos, que causan más víctimas que la cocaína, la heroína y el cannabis. Una droga inaceptable solo se considera peligrosa porque proviene de otros lugares. Las primeras campañas contra el cannabis, mencionadas anteriormente, comenzaron en Estados Unidos porque la hierba era importada por los trabajadores mexicanos, cuyo consumo supuestamente les confería una fuerza superior a la de los trabajadores estadounidenses: una competencia desigual. Cabe recordar también que algunas drogas, inaceptables por proceder de otros lugares, resultaron de repente útiles en tiempos de guerra. El Ejército de los Estados Unidos, al igual que el de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, se drogó con anfetaminas que confería a los soldados más entusiasmo para combatir.

Si la lucha contra los productores y traficantes no da resultados, si el deseo de consumir es eterno, ¿debemos rendirnos y admitir que los productores, traficantes y consumidores de drogas forman parte de nuestro universo? No tenemos derecho a ser tan pesimistas cuando la toxicomanía se cobra tantas víctimas, cuyo número exacto desconocemos, pero cada uno de nosotros conoce al menos un caso concreto. Por lo tanto, para aquellos que reflexionan con calma sobre las drogas, sus efectos y sus efectos nocivos, la solución recomendada no es la guerra, sino la negociación con los productores y los consumidores. Con los productores, como hemos dicho, conviene imaginar propuestas viables. Con los consumidores nunca se insistirá lo suficiente en la educación desde la escuela y en el tratamiento de los toxicómanos, siempre que se considere que la toxicomanía no es un delito y se ofrezca una ayuda real mediante el acompañamiento de los toxicómanos y el suministro de sustitutos (como la metadona).

Este enfoque realista se practica en los países escandinavos, en Gran Bretaña o en Irlanda, pero apenas se ha experimentado en el resto de Europa continental. Los resultados son positivos, pero ante la opinión pública es más fácil declarar la guerra que comprometerse con un enfoque humanista que exige escuchar individualmente los casos más desesperados. Todo lo que acabo de escribir es conocido por los pocos sociólogos y médicos que se interesan por el tema, escasos y poco escuchados porque su lenguaje es el de la complejidad, mientras que la guerra es simple: una guerra perdida de antemano en beneficio de los narcotraficantes, que aumentarán sus precios, y de los consumidores, que perderán la vida.

Queda por mencionar la solución ultraliberal: la legalización de todas las drogas. En teoría, esta solución puede resultar atractiva: haría bajar los precios y normalizaría las sustancias adictivas. Lamentablemente, la práctica no responde a las esperanzas de la teoría. En los lugares donde se han legalizado ciertas drogas, como el cannabis, se observa un aumento del consumo de drogas prohibidas y más nocivas: el deseo de consumir drogas es un deseo de transgresión. Por lo tanto, no existe una solución liberal a la toxicomanía, sino un único enfoque modesto, sin pretender tener la solución milagrosa: esta no existe y la guerra no lo es.

Guy Sorman

 

Artículo publicado en el diario ABC de España

 

 

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