Los actores y comentaristas de la vida política, tanto nacional como internacional, suelen fijar su atención en un mismo lugar en un momento determinado. Por desgracia, los hechos que surgen de esa mirada suelen demostrar que el foco no estaba donde debía. La historia, con frecuencia, nace en la periferia y no en el centro, donde se concentra el poder y su séquito mediático.
Tomaré como ejemplo –cuyo juicio futuro dirá si fue acertado o no– los acontecimientos ocurridos en China el pasado 3 de septiembre. Ese día, el presidente Xi Jinping invitó a sus homólogos de Corea del Norte, Rusia y, curiosamente, de India, al mayor desfile militar jamás celebrado en la plaza de Tiananmen. La intención de esta demostración era mostrar que China se ha convertido nuevamente en una gran potencia, aunque quizá todavía no alcanza el nivel de poder e influencia que tuvo en su apogeo histórico, cuando era conocida como el Imperio Medio.
La elección de los invitados, tan poco democrática, mostraba que China no solo era poderosa, sino que se situaba en el centro de una nueva coalición que ya no permitiría que Occidente le dictara las reglas del juego. ¿Nació ese día en Pekín un nuevo orden mundial? Aún no lo sabemos. Sin embargo, es razonable mantener cierto escepticismo, considerando el retraso militar de China y de sus nuevos aliados frente a la potencia de fuego que podrían desplegar Estados Unidos y Europa –si tuvieran la voluntad de hacerlo–. También es prudente ser cautelosos respecto a la naturaleza de los vínculos entre estos líderes reunidos en Pekín.
Ciertamente, compartían un adversario común: Estados Unidos y, de manera secundaria, Europa. Era una coalición basada en el rechazo, sin proponer un nuevo orden diplomático estable, un proyecto económico provechoso ni siquiera una mínima ideología. Nada unía a India, China y Rusia, salvo el resentimiento. Sin embargo, todas las miradas se centraron en este acontecimiento. Al mismo tiempo, sucedió otro hecho, quizás anecdótico, quizás lleno de significado, en la ciudad china de Chongqing. ¿Anécdota o señal de un futuro para China y sus aliados? Mientras las tropas desfilaban en Pekín, aparecieron en las fachadas de Chongqing, proyectados desde un hotel, eslóganes luminosos que decían: «Abajo el Partido Comunista Chino» y «¡China será libre cuando el Partido Comunista haya desaparecido!».
Imaginen el asombro de la multitud en las calles, a una hora punta, en una ciudad tan densamente poblada. El espectáculo no terminó ahí: era una puesta en escena de audacia extraordinaria. La policía acudió rápidamente al hotel desde donde partían las proyecciones y destruyó el material, pero su intervención fue filmada por cámaras ocultas y el espectáculo continuó proyectándose en directo en las fachadas de la ciudad.
Como la policía sospechaba del autor de la manifestación, un tal Qi Hong, los agentes fueron a su apartamento y solo encontraron a su anciana madre, pasiva y encogida. El estado de la mujer no impidió que los policías la golpearan, un hecho que también fue filmado y proyectado en las calles. Todo ello duró aproximadamente una hora, que quizá se olvide o se viva como un momento precursor de la revuelta contra el Partido Comunista.
En cuanto al autor, había partido hacia Gran Bretaña dos semanas antes, refugiándose en Londres con su esposa e hijos. La operación se había planeado antes de su partida: desde Londres, Qi activaba las cámaras y las proyecciones. De este modo, demostraba que internet y las tecnologías de comunicación, normalmente usadas por los dirigentes comunistas para detectar y reprimir la disidencia, podían volverse contra el propio poder.
Quizás esta escena caiga en el olvido y ni siquiera quede registrada como anécdota en la historia de China. Pero, ¿qué sabemos con certeza? También es posible que se convierta en la señal precursora de una rebelión contra el poder y del deseo incontenible de libertad de la población china. Qi se erige como portavoz de una nueva generación de disidentes, utilizando herramientas más contemporáneas que sus predecesores, como Liu Xiaobo, Nobel de la Paz, quien tuvo que conformarse con carteles, faxes y un internet incipiente. Qi demuestra así la relación eterna entre las tecnologías de comunicación disponibles y las ideologías futuras. Recordemos a Gutenberg y la difusión del protestantismo: las herramientas transforman la manera en que las ideas se propagan y se consolidan. Qi también nos recuerda que las nociones de libertad individual y resistencia al poder forman parte integral de esta tradición. Consideremos a Confucio como su figura fundadora. En sus textos, promovía un orden patriarcal inmutable, pero al mismo tiempo invitaba a los mandarines a que constataran que el emperador no respetaba las leyes eternas del Cielo a cumplir con su deber de rebelión. Este deber podía conducir al suicidio del mandarín, la máxima ofensa que podía cometerse contra el emperador, y al mismo tiempo, un acto de justicia según los principios que defendía.
Esta pasión china por la libertad, a partir del XVIII, se vio alimentada por el conocimiento que los intelectuales chinos tenían de la filosofía europea. No hay que pensar que los mandarines ignoraban a Rousseau o a Voltaire; el pensamiento chino de la época moderna siempre ha sido una síntesis entre las filosofías antiguas de China y las corrientes contemporáneas de Europa.
Este pensamiento mestizo explica el derrocamiento del emperador y la proclamación de una república de estilo occidental en 1911. También explica la revuelta de Tiananmen en 1989 y la resistencia a la tiranía encarnada por Liu Xiaobo y Wei Jingcheng, el más notorio de los disidentes que vive y actúa desde Washington.
Para comprender realmente lo que sucede en China, no basta con dejarse fascinar por el desfile militar de Pekín. Es necesario mirar más ampliamente a la sociedad china, sin olvidar que uno de sus componentes fundamentales es la aspiración a la libertad y a la democracia.
Mirar en el lugar adecuado es un ejercicio inconformista, que no siempre es recompensado por la posteridad. Esto requiere no alinearse con el pensamiento dominante ni con los discursos de los poderosos, sino abrazar, en la medida de lo posible, una civilización en su conjunto, desde su pasado hasta su presente, lo que a menudo determina su futuro. Abordando la historia y la realidad con amplitud, incluso hasta la paradoja, se puede considerar que Qi Hong encarna tanto el futuro de China como lo que pretende Xi Jinping.
Cabe destacar que la ambición más reciente de Xi es vivir hasta los 150 años, gracias a trasplantes de órganos y cuidados adecuados. Este fue el principal tema de su conversación con Putin, quien se mostró de acuerdo. Vivir hasta los 150 años y reinar hasta entonces invita a pensar que, quizá, el más realista de todos no sea Xi ni Putin, sino Qi Hong.
Guy Sorman
Artículo publicado en el diario ABC de España