Nada menos que Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase & Co., se ha pronunciado recientemente contra el trabajo a distancia, asumido por las empresas como una necesidad ineludible a raíz del covid y apoyado por la explosión de las redes y las múltiples formas de comunicación a distancia.
“El trabajo a distancia está perjudicando el rendimiento de la empresa” ha dicho Dimon, al tiempo que ha destacado los resultados de las investigaciones que demuestran la importancia del entorno laboral para la productividad y para la cultura corporativa. Para los estudiosos se hace evidente que el trabajo a distancia resta valor al intercambio directo, a la confrontación de experiencias, al sentido de equipo, al enriquecimiento que resulta de la confrontación de datos y de visiones.
La postura de Dimon no implica una negación del aporte de la tecnología al trabajo no presencial, al funcionamiento de una empresa en tiempos de restricción como los obligados por la pandemia, pero sí es, ciertamente, el claro reconocimiento del valor de la relación interpersonal para la motivación, para la eficiencia, para la solidaridad y el liderazgo, así como del valor del modelaje, la experiencia, del aprendizaje en el trabajo, del sostenimiento de la cultura corporativa, del enriquecimiento en el diálogo y en la confrontación de visiones.
Lo que se observa en la vida de las empresas cobra todavía más importancia en el ámbito de la educación, espacio más sensible a la comunicación, al intercambio, a la formación de la personalidad, al desarrollo humano mismo. La falta de presencialidad resta valor y oportunidades a la educación. A juicio de médicos, psicólogos, educadores, la dependencia excesiva de los equipos para la comunicación se ha convertido en muchos casos en factor generador de daños a la personalidad, a la conducta, a la comunicación verbal, con desmedro de la condición humana y con creciente dependencia de la máquina o del sistema de redes, de ese “otro” sin rostro que ordena y sentencia.
Las posturas radicales que ven en el apogeo de la informática y de la IA una amenaza al mundo del trabajo o un argumento para el abandono de las aulas no ayudan a estudiar globalmente el fenómeno. La comunicación personal directa y presencial no niega el valor del acceso a las redes y a los medios técnicos. Presencialidad y trabajo o estudio a distancia no se oponen. Tienen amplios espacios para complementarse y enriquecerse. Tratándose de la educación, sin embargo, siempre habrá una diferencia entre simple información y educación, entre divulgación de datos y promoción de valores, entre abundancia de referencias y formación de criterio, entre dominio de las máquinas y ejercicio autónomo del pensar, del dirimir y del decidir.
Visto así, se impone pensar en la revaloración de la función del maestro y de su dignidad, en la necesidad de recuperar la escuela como el espacio para el pensamiento, para el intercambio, para la comprensión del mundo y sus complejidades, para el reconocimiento del otro, el fomento de la amistad y de las causas comunes. La educación es el espacio en el que pueden y deben converger la tecnología con la dimensión humana, la conexión social, la solidaridad, la elaboración de pensamiento.
Lo que la informática y el aprendizaje a distancia no son capaces de dar son, claramente, la presencia del otro, el compañerismo, la amistad, la integración en los grupos, el trabajo en equipo, la convivencia con las diferencias, el enriquecimiento en el saber por contacto con los otros, la imagen del maestro, la valoración del criterio y del pensamiento propio.
En resumen: acceso a las redes que divulgan información útil para los estudiantes, sí; formación en el mejor uso de las posibilidades que abre la informática y la IA, también; pero, sobre todo, maestros mejor preparados para su exigente función, reconocimiento a su condición, estímulo a la escolaridad, cumplimiento del calendario escolar, adecuación de los programas a los cambios y a sus exigencias, ampliación de oportunidades para el encuentro enriquecedor con los compañeros, con los maestros, con la vida.
Gustavo Roosen
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