Gustavo Roosen: Distribución del poder y nuevas alineaciones

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Gustavo Roosen: Distribución del poder y nuevas alineaciones

La foto del encuentro en Pekín -cumbre de la OCS con apoyo de la India, Rusia y otros países- muestra, sin duda, un paso más en la tendencia que parece destinada a marcar la geopolítica mundial por muchos años: la de un nuevo -ya no tan nuevo- esquema de distribución del poder y el papel de las nuevas alineaciones o alianzas. La nueva realidad mundial parece enfrentar de manera más radical y generalizada democracia con autocracia.

En 1960 Daniel Bell sostenía que las grandes ideologías del siglo XX estaban agotadas y que la política se estaba volviendo pragmática y centrada en problemas concretos en lugar de en grandes visiones del mundo. Bell no podía presuponer, hace más de 60 años, el advenimiento y fortalecimiento de los populismos y de las autocracias y, menos aún podía avizorar políticas como las de Donald Trump, autoerigido en representante de un Occidente sin Europa y concentradas en la grandeza de Estados Unidos.

En un artículo de estos días, Fernando Mires hacía notar que los objetivos de Xi Jinping y Trump son parecidos, aunque antagónicos. En su enfrentamiento con Europa, Trump, señala Mires, está desoccidentalizando económicamente a Estados Unidos, mientras Xi Jinping está ocupando el lugar vacío dejado por “el fin del comunismo”. En otras palabras, según Mires, “mientras Trump está intentando recuperar “la grandeza de América”, Xi, en cambio, está muy dedicado a la política internacional”.

A estas observaciones Mires añade otra fundamental: todas, o casi todas las naciones organizadas geo-económicamente por y alrededor de China están gobernadas por tiranías, dictaduras, autocracias. Parece imponerse no la bipolaridad sino un orden económico más pragmático y con menos contenido ideológico, un mundo a favor del dominio del poder. Las perspectivas parecen conducir a un debilitamiento de las democracias y un fortalecimiento de las autocracias. La puesta en duda de principios, acuerdos, voluntad popular, leyes, orden, equilibrio, verdad, reducen la apuesta por la democracia mientras abren espacio para la práctica autocrática.

Cabe preguntarse por qué se dan estos fenómenos, por qué se prefiere el autoritarismo y se abandona o se reniega de la democracia, por qué se llega al autoritarismo de las manos del populismo. Las desviaciones de la democracia, el debilitamiento de su sistema de valores, el abuso o la ineficacia, el desdibujamiento de los límites, han hecho olvidar que las democracias llevan implícita la posibilidad de cambiar, de mejorar, de corregir, de rectificar. El autoritarismo cambia o se disfraza solo en función de su propia permanencia, privilegia el abuso desde el poder, la retaliación, la falacia que apela al poder popular para disfrazar la sumisión.

Lejos de una definición académica o propagandística, democracia y autoritarismo constituyen dos realidades que no solo definen modelos de ejercicio del poder, sino el marco para el dilema libertad u opresión, orden o anarquía, legalidad e institucionalidad o abuso y desorden. El mundo político y el mundo institucional o el empresarial encuentran en la democracia el espacio para la creación, para la libertad, para el orden, para la paz. Las autocracias, en cambio, marcan una relación compleja con quienes administra. El empresario, por ejemplo, dentro de su necesidad de asegurar su propia viabilidad y sus objetivos, está obligado a subsumirse a sus dictámenes. Le toca renunciar a su libertad aun a costa de sus propias metas.

La realidad presente no lleva a conclusiones optimistas, ni sobre el destino de la democracia, ni sobre el de la sociedad moderna. El sentido de realidad impone no renunciar a los valores de una sociedad democrática con derechos y obligaciones, leyes e instituciones. Frente a poderes dictatoriales o autocracias siempre está más que justificado el trabajo ciudadano para recuperar las libertades y los valores de la democracia.

 

Gustavo Roosen

nesoor10@gmail.com

 

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