Guayana y los mundos perdidos

Guayana y los mundos perdidos


 
 Parece que en la reunión que ocurre en Madrid para enterarse de la tragedia ambiental que se le avecina al mundo entero -nada menos-, a paso de vencedores (¡vaya vencedores!) alguien ha perdido el sentido, por lo demás obvio, de que las tormentas que acabarán con lo poco que nos queda no están ni estarán reducidas a unos cuantos burócratas de paltó y corbata.

 

 

Ni mucho menos a los grupos de militantes europeos que encuentran en América Latina, o lo que queda de ella, un motivo de vida tal vez hermoso o particular. Lo cierto es que si no fuera por nosotros (y nuestra infinita tragedia) y la de otros lugares del mundo, estos militantes no tendrían voz ni presencia en un debate inevitable que conviene y anima al mundo hacia su capacidad de sobrevivir.

 

 

Los venezolanos estamos ante un mundo que nos desconoce, ya sea por altanería o ignorancia; que nos desprecia porque no somos sino un lunar, una mancha o una caspa en una cabellera rubia. No somos importantes desde ningún ángulo o perspectiva, somos esa sombra que puede llamar la atención en medio de la carretera.

 

 

Pero no somos y quizás no seremos esa preocupación fundamental de las Naciones Unidas, ni de las esforzadas ONG, que dejan la vida y el alma protegiendo todo lo protegible, si es que ello es posible a estas alturas, y vaya que somos pesimistas y optimistas a partes iguales.

 

Lo que nos importa localmente, como ciudadanos con cédula de identidad y fichados en una de estas parroquias que nos impuso el catolicismo, es que Venezuela no aparece como reclamante de un trato ambiental específico, urgente y necesario para mantener con vida y vigencia lo que todo el mundo exige.

 

 

¿No es verdad acaso que una de las zonas más golpeadas por el imperialismo ruso y chino es nuestra hermosa y, hasta hace poco, zona sagrada para las comunidades indígenas? ¿No es verdad acaso que toda la extracción ilegal de oro y diamante, y otros minerales de importancia suprema para potencias extranjeras, está “protegida” por fuerzas militares bolivarianas? ¿No es hecho cierto que de esa manera irrespetan el objetivo fundamental de su actuación militar, como lo es la protección de nuestras riquezas? ¿No les da pena o es que carecen de honor?

 

 

Lo que más llama la atención no es, precisamente, que fuerzas extranjeras manejen nuestra soberanía a su modo y costumbre, como dueños que no han sido ni nunca serán de nuestro territorio. Que algunos pocos títeres civiles y de uniforme entreguen nuestro país a las ambiciones de otras naciones generarán cuentas y castigos que serán cobradas. No habrá olvido.

 

 

Y no lo puede haber porque las dictaduras no son infinitas, nunca lo han sido… Ni siquiera la que intentó el propio Simón Bolívar.

 

 

Editorial de El Nacional

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