El país está viviendo un tsunami represivo, genéricamente llamado «Furia bolivariana», a cuya cabeza parece estar el propio Nicolás Maduro, furioso, porque ha sufrido en los últimos meses -dice- numerosas conspiraciones e intentos de atentados, aupados por Estados Unidos. En respuesta a tales desmanes ha desatado una ola de detenciones arbitrarias, es decir, sin cumplir con los requisitos a que obliga la ley. Antes, por el contrario, el indefenso detenido es aislado de su familia, sus eventuales abogados e instituciones que pueden defender sus derechos humanos. En ese lapso es sometido a torturas y tratos inhumanos para convertirlo de un simple manifestante por sus derechos en un siniestro conspirador. Luego, muy luego, cuando la tarea tiene éxito es llevado a los tribunales para condenarlo por traición a la patria, intento de asesinato en la figura del presidente, conspiración…
El tsunami se debe a que cada vez más venezolanos salen a la calle a vocear su miseria y a solicitar el fin de esta dictadura que lo masacra sin piedad, que lo obliga a huir del país en las más terribles condiciones o a seguir en él arrastrando su miseria, su miserable sueldo mínimo o su falta de éste. A esto debemos sumar la alta posibilidad que tiene Maduro de perder las elecciones a las que se ha comprometido, amenazado por una dama intransigente que es seguida por millones de venezolanos.
Aquí queremos referirnos a un caso preciso y ejemplar, que afecta a dos ámbitos societarios particularmente nobles, el sindicalismo y la educación. Se trata de la inmotivada detención de Víctor Venegas, líder gremial del magisterio del estado Barinas, simplemente por haber salido a la calle no solo a pedir un aumento del miserable sueldo de los docentes, muchos de los cuales están desertando para buscar su supervivencia y la de los suyos, sino por las escuelas y liceos destartalados, la falta de apoyo a los estudiantes más pobres… en fin, para tratar de que no se siga destruyendo la que es condición de todo progreso, de todo futuro, en este planeta globalizado y donde la ciencia y la tecnología llegan a zonas alucinantes, cada vez más sociedades del conocimiento.
El sindicalista, aquel que lucha y se sacrifica por el bienestar de su colectivo, ha sido sometido a los procedimientos ilegales antes descritos, a pesar del apoyo que ha recibido de distinguidas personalidades y gremios, también de la señora Machado, el fantasma que turba el sueño de Maduro. Nos sumamos a esa adhesión.
La furia pareciera no ser solo el temor a las elecciones que acabarán con su poder, sino el comienzo definitivo del camino nicaragüense, la dictadura pura y dura, que no sabe de primarias, de referendos ni de libertad de expresión, como ha evidenciado recientemente María Corina
Editorial de El Nacional