Así suele ser en la vida de los países. Máxime cuando el poder tóxico siembra los vientos que sabe sembrar: los vientos tóxicos.
Los vientos que producen despotismo político, ruina económica, colapso educativo, de salud y demás servicios públicos; y desde luego una masiva emigración.
Vientos tóxicos que degeneran al poder en una maquinaria de corrupción criminal, con estrechos vínculos con fuerzas terroristas estatales y para-estatales de medio mundo.
El saqueo de los activos de un país es un viento tóxico o más bien un vendaval que se lleva por delante todas las garantías jurídicas de seguridad productiva.
Y ni hablar de las
parodias comiciales, es las que la voluntad popular es burlada y abolida. Y con ella la soberanía constitucional.
No es de extrañar que tanto viento tóxico acumulado durante tantos años, esté suscitando tempestades desconocidas en nuestro historial. Lo que pueda pasar, no se sabe, lo que sí se sabe es el cambio definitivo que anhelan los pueblos que no se resignan a sobrevivir sin justicia y libertad.
Fernando Luis Egaña









