El 4 de mayo se cumplirá el centenario del nacimiento de Luis Herrera Campíns, presidente constitucional de la República entre 1979 y 1984.
En homenaje van estas breves líneas. No tienen que ver con su inmenso esfuerzo a favor del país, o con su extensa vida pública. No. Quiero perfilar a ese gran venezolano que me ofreció su amistad, después de haber salido del poder, y por el que siento respeto, admiración y un aprecio entrañable.
La Herrereña, una casa modesta en Sebucán, fue su hogar con la señora Betty y sus hijos; antes y después de la presidencia. La generosidad de Juan Bernardo Arismendi; me dijo el presidente Herrera; hizo posible tener su casa. Su responsabilidad hizo posible pagarla.
Cuando me fui a estudiar un posgrado en el exterior, fui a visitarlo para despedirme. Me trató con cariño y curiosidad por los estudios. Me dijo: vas y vuelves. Y así fue.
Al establecerme, le envié una tarjeta de saludo. Al tiempo recibí una larga carta en la cual me daba orientaciones y se contentaba que ya me estaba “empatiando”; la guardo como un tesoro.
Con el tiempo, sus hijas María Luisa y María Beatriz, también se fueron a estudiar en el exterior, en la misma ciudad donde estaba.
De visita a Caracas lo fui a ver en La Herrereña, y me dijo: te las confío y cuida de ellas. Me parece que cumplí su deseo. En aquel tiempo fuimos felices.
Antes de llegar al Gobierno lo visité varias veces. Siempre abierto y afectuoso. Luego las cosas se complicaron…
Pero mi respeto, admiración y entrañable afecto, nunca variaron.
Ahora, quiero dar lo que pueda, para que la memoria, el legado, y su visión puedan ser positivas para las nuevas generaciones de venezolanos.
Fernando Luis Egaña