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España: el colapso del centro político

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España: el colapso del centro político


 

 
Pablo Iglesias e Isabel Díaz-Ayuso

 


El curso actual de la política española ofrece interesantes lecciones generales, con una incidencia que desborda fronteras. Una de ellas reafirma la validez y utilidad de los términos “derecha” e “izquierda”, como herramientas para orientarse en medio de la conflictiva maraña de ideas e intereses que proliferan en el escenario internacional. Para establecer quién es de derecha o de izquierda conviene, por ejemplo, seguir y analizar las declaraciones y actitudes de políticos destacados en ambos bandos de la barrera ideológica española, tales como la diputada Cayetana Álvarez de Toledo, del Partido Popular, y de otro lado Pablo Iglesias, líder del Partido Unidas Podemos, ahora lanzado al ruedo como candidato a presidente de la Comunidad de Madrid. Una tarea de esclarecimiento semejante, creemos, no dejaría la más mínima duda en la mente de quienes la acometiesen, en cuanto a la viabilidad de los calificativos de “izquierda” y “derecha” para dar respuesta a las interrogantes que una vez formuló Rómulo Betancourt: “¿Con quién estamos y contra quién estamos?”.

 

 

Es obvio que para hablar de un “centro” político resulta imperativo que existan puntos de referencia, que hagan posible buscar tal centro entre una derecha y una izquierda. La categorización del centro político es, desde luego, una labor que varía según el contexto de que se trate en diversos ámbitos sociales e ideológicos. Lo que sí nos parece lícito afirmar es lo siguiente: el centro político, como postura en el campo de las ideas y la acción, es propio de situaciones de relativa estabilidad y prosperidad, y empieza a crujir y fragmentarse cuando las condiciones cambian y la confrontación se agudiza.

 

 

Esto último, en lo esencial, es lo que ha venido ocurriendo en España, a partir fundamentalmente del período de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Durante esos años empezó en serio el proceso de erosión de los consensos, sobre los cuales se levantó la democracia española luego del fallecimiento de Francisco Franco. Rodríguez Zapatero se ocupó de quebrantar dos pilares clave de la misma. Nos referimos, por una parte, a los tejidos de confianza mutua entre los partidos políticos primordiales, el Popular y el Socialista, y del otro al compromiso de dejar atrás los odios de la guerra civil de 1936-1939. Con su “Ley de Memoria Histórica”, los socialistas abrieron de nuevo las puertas a una interminable ruta de pases de factura, que se sabe cuándo comienzan, pero jamás cuándo terminan. Por otra parte, el gradual desmenuzamiento de los pactos entre los principales partidos del sistema, y los crecientes reproches a la monarquía, se han encargado de acelerar un rumbo pedregoso y plagado de incertidumbre.

 

 

El partido político Ciudadanos, autocalificado y percibido como de “centro”, nació precisamente como respuesta ante la paulatina exacerbación de los ánimos y posturas político-ideológicas, en una España que ha sufrido además los estragos de la crisis financiera de 2008-2009 y sus secuelas, así como de la agudización de las presiones separatistas en Cataluña y el País Vasco. A ello, por supuesto, debemos sumar los efectos desestabilizadores de la vigente pandemia. El partido Ciudadanos tuvo momentos de avance, pero su éxito ha acabado por ser efímero. Ello se debe a nuestro modo de ver a que el centro político pierde oxígeno en un marco de polarización, como el que hoy se vive en España. La gravitación de conflictos de diversa índole generó, primero, el crecimiento de opciones aún más explícitas y radicales a la izquierda, como Unidas Podemos, y a la derecha, como VOX, así como el palpable distanciamiento y desconfianza entre los partidos tradicionales, el Partido Popular y el Socialista, dando todo ello lugar, como se ha puesto de manifiesto en semanas y días recientes, al colapso de Ciudadanos, que ha acabado vaciándose de votantes y de propuestas por igual.

 

 

A la vuelta de la esquina, el venidero día 4 de mayo, tendrá lugar en la Comunidad de Madrid, la de mayor peso político y económico del país, un proceso electoral que la dinámica de los hechos está perfilando en términos bastante diferentes a los de otros tiempos. El mismísimo Pablo Casado, líder del Partido Popular, un dirigente cuya proverbial moderación le había configurado una imagen más bien insustancial y hasta vacua, ha aseverado que en Madrid la lucha política está planteada como confrontación entre “comunismo y libertad”, representado el primero por Pablo Iglesias y Unidas Podemos, y la segunda por la candidata de los populares y actual presidenta comunitaria, Isabel Díaz-Ayuso. Los términos empleados por Casado revelan un cambio significativo del derrotero político español, que en cierto sentido apenas se asoma y cuyas consecuencias sólo cabe, por los momentos, tratar de adivinar.

 

 

Editorial de El Nacional

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