El fabuloso embrollo de conexiones que une el cerebro con el resto de nuestro sistema nervioso vuelve prácticamente imposible una operación de este tipo.
La literatura de fantasía y ciencia ficción está plagada de trasplantes de cabeza. De alguna manera, ya aparecen en el libro Frankenstein o El moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley. En esta genial obra, se plantea la posibilidad de unir partes humanas como si fueran piezas de un puzle para que vuelvan a funcionar como un todo.
La serie de televisión El problema de los 3 cuerpos, basada en una trilogía de novelas del escritor chino Cixin Liu, también juega con la idea, esta vez en forma de un cerebro que envían al espacio y podría ser trasplantado por alienígenas.
Pero ¿es posible hacerlo?
En primer lugar, debemos tener en cuenta que no se trata de que nos trasplanten una cabeza, sino de que la nuestra, con su cerebro incluido, sea colocada en otro cuerpo. En el primer caso supondría que ya no seríamos nosotros, ya que nuestra consciencia sería la consciencia presente en esa cabeza “de repuesto”. Es decir, seríamos la persona a la que pertenece nuestra nueva cabeza.
Por ello, lo que responderemos aquí es si nuestra cabeza y todo su contenido podrían implantarse y funcionar en otro cuerpo.
Trasplantes de ayer y hoy
Desde que en 1906 el cirujano frances Mathieu Jaboulay anunció el primer trasplante de la historia –era un riñón de cerdo, recibido por una mujer de 50 años–, este campo de la medicina ha mejorado mucho.
Hoy en día se puede trasplantar prácticamente cualquier órgano de persona a persona, siempre y cuando esté en buen estado y sea compatible inmunitariamente (es decir, que el sistema inmunitario del receptor no lo ataque al detectarlo como algo extraño), aunque no siempre es necesario este último requisito.
Un lío de conexiones
Pero en el caso del sistema nervioso central, se nos presenta un gran problema: su enrevesado sistema de conexiones. En tan solo un milímetro cúbico –es decir, un cubo de un milímetro de lado en cada arista–, encontramos 57 000 células, casi 150 millones de conexiones entre neuronas (sinapsis) y 230 milímetros de vasos sanguíneos.
A ello debemos sumar que para que el sistema nervioso funcione, las neuronas deben recibir señales procedentes de otras neuronas (a través de unas prolongaciones llamadas dendritas) y emitir una señal (a través de su axón o axones, que tienen forma de tubo). Eso quiere decir que las neuronas reciben datos desde el resto del cuerpo, los transmiten de unas a otras y emiten las órdenes para que se produzca la reacción adecuada en el lugar adecuado. Este lugar puede ser un órgano, un músculo o una glándula.
La zona donde se integra la información es lo que conocemos como sustancia gris, repleta de cuerpos neuronales y de interacciones. A la parte llena de axones mielinizados (o sea, recubiertos con una especie de funda protectora) se le llama sustancia blanca.
Para complicar las cosas, en la cabeza tenemos no solo el cerebro, sino también el cerebelo, responsable de la coordinación de los movimientos. Y también el bulbo raquídeo, centro de control de la respiración y la actividad cardiaca.
Cables que conviene no cortar
Pues bien, todas las señales que llegan y salen del cerebro son enviadas por paquetes de nervios. Como si fueran un mazo de cables, conducen información hacia las diferentes zonas del sistema nervioso, desde éste hacia el resto del cuerpo y desde el cuerpo hacia el cerebro y el resto de partes del sistema nervioso central.
Si este enorme sistema sufre un problema o se corta, llega el desastre. Cuando la médula espinal se cercena en algún lugar, la persona afectada padecerá distintas formas de parálisis: tetraplejia o paraplejia, dependiendo de la altura a la que se produce la rotura.
Reconectar los nervios es, hasta la fecha, prácticamente imposible. No obstante, se han realizado algunos progresos: recientemente, un hombre tetrapléjico ha vuelto a caminar gracias a un ordenador que recoge las señales del cerebro y transmite las órdenes de movimiento a sus piernas.
¡Qué nervios!
El enorme mazo de cables que conecta sistema nervioso central craneal con el sistema medular sería el que deberíamos ensamblar de alguna manera entre el donante de la cabeza y el receptor. Si aceptamos esa posibilidad, lo ideal es que la unión se produzca al nivel del cuello, para no tocar el bulbo raquídeo.
Pero unir nervios no es nada fácil. Incluso en el caso de los trasplantes de miembros como brazos y piernas, la unión nerviosa, que es de nervios aislados y mantiene cierta capacidad de regeneración, es difícil de hacer. No se suele conseguir que funcionen al 100 %.
Además, en el caso de un supuesto trasplante de cabeza, no hablamos de un nervio fácilmente identificable, no. Nos las veríamos con un mazo de millones de cables que deben conectarse de manera totalmente perfecta con la otra parte del manojo, en la médula espinal. Y todo ello sin tener en cuenta la muerte celular que se produce en cuanto se corta la médula espinal. Algo que ocurriría tanto en la parte de la cabeza como en la del tronco del supuesto receptor.
¿Te imaginas que pasaría si acabaran conectando los nervios que controlan los movimientos de los brazos con los de los pies? ¿O los que envían información del intestino con los que se ocupan de la coordinación de los movimientos? No, está claro que el trasplante no es viable. Así que, por ahora, tenemos que conformarnos con tener nuestra cabecita pegada a nuestro cuerpo. Y que dure así.
Culturizando