La Guerra por la Paz es el título de una serie de tres libros que tenemos publicados en Amazon, cuyos títulos: Educación para la Paz, Nomenclatura de Guerra y Conflictos y Guerras del Siglo XX, resaltan el contenido fundamental de nuestro interés editorial, concatenándolo con la lucha política surgida en nuestro país, después del intento de golpe de estado que fracaso en 1992; situación política que, durante los siguientes años de fin de siglo e inicio del actual siglo XXI, sumió al país en un ambiente bélico, que ha marcado la historia como de paz con presagio de guerra. Como hemos dicho, ni Sun Tzu, ni Mao Tse-tung, sobre quienes ha girado el mundo sobre su visión de la guerra, aunque con 25 siglos de diferencia, tampoco Carl von Clausewitz hace menos de dos siglos, con su libro clásico De la Guerra, donde nos dice que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, fueron tan prolíferos como la teoría que surgió en Venezuela, alimentando el espíritu de guerreros, con la que han querido cambiar la política preceptuada constitucionalmente de paz, por un asalto al poder, que concluiría en lo mismo que preceptuó Clausewitz.
El tema sobre “la guerra por la paz” lo volvemos asomar, cuando queremos insistir en el argumento que nos ha motivado en nuestros últimos escritos, sobre “la necesaria educación para la paz en Venezuela”. Así, insistimos en esbozar lo que hemos dicho, que de los filósofos se extrae, que “la guerra es necesaria, pero hay que evitarla”; en este sentido, el filósofo Kung Chiu, llamado por sus alumnos Kung Fung-Tze o Kung el Maestro y por nosotros Confucio, iba de ciudad en ciudad, intentando convencer a los príncipes de que había que dejar la lucha por el poder y regresar a la senda ilustrada de los “reyes-sabios” quienes en lugar de oponer resistencia armada, se decantaron por una estrategia de política de acuerdo y asimilación; en contrario, nuestros guerreros del teclado no solo aúpan a la guerra, sino que tratan de alimentarla provocando a los posibles adversarios: el gobierno y la oposición; peor aún, asumen un rol de indolentes y neutrales contrincantes, como si no se tratara del propio gentilicio, aupando intervenciones para que les defiendan sus derechos; peligroso ingrediente, que no puede tener otro calificativo distinto al de apátrida, como fue el calificativo usado por recientes gobernantes. No de otra forma pude verse y calificarse el auxilio o intervención de otros países en nuestra lucha política, tal como lo vemos hoy con la flota de USA en aguas del Mar Caribe, lo que ha elevado la controversia al bien o mal entender la acción naval como un conflicto internacional, calificado como ataque a Venezuela; y a pesar de nuestros largos estudios sobre política, conflictos y guerras, entramos en confusión cuando escuchamos versiones explicativas fundamentando tales acciones, que a pesar de nuestra convicción basada en el experimentado conocimiento, esta nos lleva a la duda.
Volvemos a recordar que, con la toma de posesión de la presidencia de la República en 1998 por el teniente coronel Hugo Chávez, se inició en Venezuela un ciclo político diferenciado de los anteriores en todos los tiempos de la historia republicana venezolana, que marco un signo de incertidumbre, dada la inconsistencia de su orientación política y de gobierno, que se agravo con la centralización del poder del Estado y la unipersonalidad en el manejo de la administración total del país, bajo un autoritarismo grosero, que lo llevó a querer asumir también el liderazgo ideológico de la América Latina.
Pero la mayor gravedad de su mandato fue su permanente manifestación de un espíritu belicista, que no encajaba en la idea madurada del gentilicio venezolano, que siempre ha ansiado la paz, tanto interna como externa; decretando, sin sentido ni histórico ni real, una “revolución armada” que llamó “bolivariana”, donde de manera improvisada incluyó todo lo que su ignara imaginación le produjo. Desgraciadamente, todos sus seguidores optaron tomarlo con el calificativo de especulación, ignorando su discurso, no obstante cumplir todos sus dislates, sin percatarse de que para él el silencio era su aprobación. Recordamos entonces y hoy lo repetimos, que los venezolanos son amantes de la paz y rechazan la guerra, pero en aquel entonces, hubo que convivir con un verbo presidencial que solo pensaba en conflictos, aunque en el fondo de su mente retumbaba el recuerdo histórico reciente de los dos últimos siglos, donde los promotores de estos regímenes han fracasado y donde el mundo político se ha oscurecido en la órbita del no querer entender la casusa del fracaso. No hay que hurgar en las causas, cuando los resultados han sido evidentes: “un mundo en tensión y en guerra”, sin olvidar al teorizar sobre la guerra, que “todo conflicto bélico es una caja de Pandora, donde se pueden encontrar muchas sorpresas, y en todo caso, con victoria o con derrota todos pierden”.
Con este panorama, tenemos que reconocer que vivimos un momento histórico crítico e indeseable, cuando una fuerza militar de los EEUU se estaciona cerca de nuestras aguas territoriales, anunciando una operación persecutoria del tráfico de drogas; situación ésta que nos obliga a traer a colación lo complejo que ha sido la relación Latinoamérica con USA, relación que desarrollamos en uno de los libros integrantes de la serie La Guerra por la Paz que antes referimos, con el siguiente tema: “La relación Latinoamérica-USA marca un complejo esquema socio cultural y económico, con marcados signos de distinción durante los siglos nacionales en el continente. El estudio de estas relaciones nos permite entender muchas conductas de sus gobernantes y las reacciones populares, que hoy se ven florecientes en su imbricación dentro de la Organización de las Estados Americanos con la integración de 34 países, donde quiérase o no se marca una supremacía de los Estados Unidos. Estas relaciones entre Estados Unidos y América Latina a lo largo de la historia han estado marcadas, como lo señaló el cronista global Robert Russell en su texto clásico, ya sea por la idea ilusoria de ser parte de un supuesto hemisferio occidental con valores compartidos, o por la lectura que las enmarca en una práctica imperialista, pero que con el tiempo ha influido la llamada tesis de la pérdida de importancia de Latinoamérica para USA, o finalmente por la idea de la declinación hegemónica norteamericana. A decir verdad, son tesis que explican estas complejas y cambiantes relaciones, que en el siglo XXI se puede decir que están viviendo cambios más acelerados. Muchos historiadores consideran que Latinoamérica no se puede mirar como una unidad, porque no lo es y menos en lo relativo a la relación con Estados Unidos, a pesar de representar la región un mercado muy importante para las exportaciones norteamericanas y de proveer un alto porcentaje del petróleo que demanda USA.”
Continua la referencia bibliográfica así: “Por los cambios políticos en los gobiernos de la región, Estados Unidos ya no cuenta con la incondicionalidad política propia de la época de la guerra fría, hoy existen gobiernos más distantes y buscando mayor autonomía en sus relacionamientos. Para esta relación, se considera que en Latinoamérica hay tres grandes subregiones: I) México, América Central y el Caribe, es el área más integrada a Estados Unidos, representan cerca del 50% de las inversiones norteamericanas en la región, el 70% del comercio interregional y de allí proviene el 85% de los migrantes a USA. II) los países del Cono Sur, representan menos del 40% de la inversión norteamericana, sólo el 15% del comercio interregional y aportan sólo cerca del 10% de migrantes a Norteamérica; las prioridades de esta subregión están en otra parte, China cada vez más es su principal mercado y socio; ha sido una subregión históricamente con una relación distante con Norteamérica. III) los países andinos, representan alrededor del 10% de la inversión norteamericana en la región, su comercio interregional representa cerca del 15% y el aporte en términos de migrantes a USA está alrededor del 5%, pero es la región que produce toda la cocaína que llega al mercado norteamericano y donde está el conflicto armado colombiano con sus implicaciones para la seguridad regional.”
Concluimos esta referencia indicando que en la región sigue estando el rezago más grande de la guerra fría, y se deduce que no es clara ni coherente la política exterior de Estados Unidos, unas son las prioridades del Comando Sur -con gran peso en ciertos países regionales y una mirada en clave de seguridad- y otras las del Departamento de Estado, para no mencionar las de agencias como la DEA, o las del Congreso norteamericano en el campo de las relaciones internacionales.
Enrique Prieto Silva









