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El 7 de junio, día de su retorno a Venezuela después de casi una semana por Turquía y Arabia Saudita, acompañado y escoltado de un séquito faraónico, Nicolás Maduro manifestó: «Con la fuerza y el apoyo de nuestros hermanos en el mundo para seguir trabajando por la seguridad social del pueblo». Pocos días antes había estado en Brasil convocado por su par, Luiz Inácio Lula da Silva, quien pretendió, sin conseguirlo, darle un baño de reconocimiento, recomendándole hacerse de una nueva narrativa, como si una retórica inédita bastase para sepultar en el olvido los crímenes de lesa humanidad y violaciones de los derechos humanos imputados al antiguo militante de la Liga Socialista, devenido en presidente de cuestionada legitimidad —tanto de origen, cuanto de ejercicio—, en virtud de un magistral gambito cubano, perpetrado con la aquiescencia del alto mando de la FAN(Bolivariana, para variar).

 

 

Maduro viajó mucho en su condición de ministro de Relaciones Exteriores de Hugo Chávez. Ahora debe pensarlo dos veces antes de hacerlo, pues pesa sobre él una orden de captura con recompensa de 15 millones de dólares. Sus desplazamientos están determinados por el signo de los gobiernos imperantes en el destino a visitar. En los países democráticos no faltará un émulo del juez Baltazar Garzón dispuesto a echarle el guante.

 

 

Con Turquía, el país tiene una seria dependencia alimentaria, y Arabia Saudita es un socio importantísimo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), y ello de sí justifica su periplo euroasiático; llama la atención, sin embargo, que la Asamblea Nacional le haya dado su aprobación al viaje presidencial, no antes, sino después de realizado, aunque la ley establece lo contrario. Pero, como el judicial, también el poder legislativo está sometido a la voluntad y caprichos del ejecutivo.

 

 

A Cuba viaja Maduro a coger línea, cada vez que está en aprietos y se le enreda el papagayo, sin pararle un milímetro a ese parlamento de utilería. El artículo 156 de la Constitución vigente establece como competencia del poder público nacional «la política y la actuación internacional de la República». Tenía razón José Tadeo Monagas: «La Constitución sirve para todo» … ¡incluso para violarla!

 

Editorial de El Nacional

Nicolás Maduro llegó a Arabia Saudí para reuniones con el rey y el príncipe heredero

Prensa Miraflores

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