Las relaciones que tenemos cuando somos adolescentes, son tan intensas que llegamos a creer que esa persona es nuestro único yverdadero amor con quien compartiremos nuestra vida, lo cual no siempre es así.
Canciones, películas y novelas románticas, se han encargado de difundir la idea de que el amor sólo se encuentra una vez en la vida y que no habrá nada que lo supere.
Sin embargo, ese amor de adolescencia no es el único ni el mejor, ya que el que se vive en la etapa adulta es considerado el mejor.
“El amor maduro es beneficioso porque ha sido trabajado tanto a nivel individual como de pareja. La principal diferencia entre un vínculo de este tipo y uno adolescente se halla en el nivel de intensidad de nuestras emociones. Los más jóvenes se entregan hasta la saciedad y pierden la perspectiva”, explica la psicóloga y sexóloga Cristina Callao.
Añade que lo más destacable en un amor maduro, es que el nexo de la pareja se compone de personas enteras que respetan su espacio y que se unen para ser un equipo.
Relaciones destructivas
La especialista señala que cuando se vive en una relación destructiva, algo muy común en la adolescencia, no la abandonan precisamente por la idealización del romanticismo, algo que no ocurre en el amor maduro.
“El factor de enganche se debe a que en las relaciones turbulentas hay lunas de miel; es decir, reconciliaciones continuas que permiten que vuelva a florecer el sentimiento de ilusión y esperanza para poder seguir con ella, pero no deja de ser algo irreal. Uno de los factores que más dificulta la situación es la idealización, tanto la de la otra persona como la de la relación en sí”, dice.
Para el psicólogo y profesor estadounidense Robert Epstein, estos viejos patrones pueden cambiar ya que los nuevos vínculos tienen la capacidad para hacerlo al grado que quien no aprendió a amar durante lo infancia, aprenda a hacerlo al ser adulto.
“La intimidad emocional y psicológica lleva tiempo. En los matrimonios concertados, por ejemplo, el enamoramiento llega con los años. Hay estudios que demuestran que en los enlaces convencionales, el amor romántico disminuye de forma constante durante la primera década, mientras que en los concertados aumenta, llegando a superar a los primeros en cinco años. Históricamente, el amor pasional se percibía como un tipo de locura y el afecto y la pasión no fueron considerados una base legítima para el matrimonio hasta tiempos recientes”, menciona.
Añade que en la actualidad también ocurre lo contrario porque aún predomina el mito de que todos tenemos un alma gemela que está afuera esperando por nosotros y una vez juntos, nunca más nos separaremos el uno del otro.
Idealismo agrava el dolor de la ruptura
Esto aumenta el dolor de la persona cuando la relación se termina, por lo que muchos se desilusionan o creen que no están hechos para amar y ser amados.
“Debemos preguntarnos qué ha salido mal, qué nos ha gustado de la relación y qué no, y si podríamos haber hecho algo por cambiarlo. Todas estas cuestiones y la actitud que tengamos al respecto serán las que nos permitan construir un apego maduro cuando estemos receptivos, de nuevo, para encontrar el amor”, explica la sexóloga.
Cuando sabes lo que quieres
Al final estas experiencias nos hacen crecer y analizar a detalle qué queremos realmente en una persona.
De ahí que las relaciones que tengamos al ser adultos sean más estables, respetuosas, felices y duraderas.
“Se cuenta con una experiencia y una perspectiva mejor que una persona joven, y también que otra más anciana”, indica el Proyecto Europeo para el Envejecimiento Activo y Saludable (SEACW).
Otra razón de porque el segundo, tercero o cuarto amor es mejor, se debe a que estamos en una etapa de mayor serenidad y satisfacción que permiten el éxito de la relación.
“Para que exista entre los dos un verdadero aprendizaje, más allá del enamoramiento, es vital compartir experiencias positivas y negativas. A este respecto, los amores adultos están más receptivos que los primeros”, concluye Callao.
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