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El ocaso de la Cancillería

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El ocaso de la Cancillería

El desprecio de Nicolás Maduro por la institucionalidad diplomática ha quedado evidenciado en múltiples oportunidades. Desde que asumió la Cancillería en el año 2006, se perfiló no como un hombre profundamente interesado en las relaciones internacionales de Venezuela, sino como un mero activista e insípido cortesano del hoy llamado comandante eterno. Su actuación siempre se caracterizó por ser improvisada y si alguna huella dejó ante la comunidad diplomática fue la de ser una persona simpática pero sin mucha sapiencia en tan delicado oficio.

 

Duró más de seis años en el cargo. Despreció como pocos a los funcionarios de carrera y se alejó de la institucionalidad que durante tantos años se fue forjando para servicio del país. La improvisación en el oficio y las remodelaciones a granel de los edificios que componen ese despacho están entre los haberes de su época.

 

Jubilaciones a destiempo y marginamiento de funcionarios estuvieron a la orden del día. Aun hoy se obliga a muchos de esos “servidores públicos” a firmar diariamente una nómina mientras no se les asignan responsabilidades.

 

Se recuerda cuando recientemente, según destacaron algunos medios, un comentario del recién designado para aquel entonces ministro de Turismo, Izarra, a quien increpaba por tal designación al no ser un experto en el tema y éste, a su vez, le recordaba que tampoco cuando este asumió la Cancillería sabía nada de diplomacia. Solo queda concluir que en este gobierno la experticia es un defecto y no una virtud.

Una muestra de la poca valoración de Maduro por la Casa Amarilla fue la designación como canciller de Delcy Rodríguez, quien si bien alguna vez asumió un cargo administrativo en la embajada en Londres durante Caldera, no se podrá decir que tiene un currículo que la destaque como internacionalista. Por el contrario, su paso por la Cancillería durante la gestión de Rodríguez Araque es recordada por su afán de venganza contra algunos embajadores que no eran de su estirpe “revolucionaria”.

 

La guinda de la torta del desprecio por la institucionalidad es la designación de la canciller como vicepresidente de Relaciones Internacionales de Pdvsa. El cuerpo diplomático en Caracas no sale de su sorpresa. Cómo puede alguien que es canciller tener un cargo subalterno en una empresa del Estado. Si la idea es fortalecer la diplomacia petrolera, para ello no necesitan cometer tamaño enredo y despropósito. ¿Será que efectivamente es poca o nula la responsabilidad de conducir las relaciones internacionales de Venezuela, al punto de que a la funcionaria le sobra tiempo para otros menesteres?

 

Si la canciller y su equipo se avocaran a sus complejas responsabilidades en tiempos tan difíciles y con temas tan complejos como el de Guyana,
no podría entenderse que le sobre tiempo para ocuparse de Pdvsa. Pero, ¡ay! el mundo es más complicado y, si bien Venezuela no es el centro del universo, sí ha ocupado un papel relevante antes de la llegada de los bárbaros rojos.

 

Editorial de El Nacional

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