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El magistrado supremo

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El magistrado supremo

Que el Tribunal Supremo de Justicia se ocupe de lo humano y de lo divino simplemente porque le nace desde lo más adentro de su alma, o porque cansado y exhausto de tantos encargos que le hace el Poder Ejecutivo ha terminado por dar puerta franca a lo que venga sin pararse en mientes, no deja de sorprender a los venezolanos y a los analistas internacionales que intentan descifrar este vuelo sin destino en que se ha convertido la arrugada revolución bolivariana.

 

 

 

A lo mejor hay algo de injusto en estas aseveraciones vistas así, a vuelo rasante, pero no deja de ser una de las grandes contradicciones del impredecible mandato del señor Maduro y su peculiar grupo de amigos civiles y militares que le acompañan. Porque no deja de ser una contradicción que al mismo tiempo que se llama a elecciones para escoger por vía del voto popular a los diputados que creemos son los adecuados para estar en el hemiciclo de la Asamblea Nacional, paralelamente el Ejecutivo diseña una serie de artimañas para impedir que el Poder Legislativo funcione dentro de los límites que le designa la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

 

 

 

Con el nombramiento por adelantado y al estilo de un raterillo de la calle que arrebata, sorpresiva y velozmente, una cartera a una señora, de la misma forma se despojó a la nueva Asamblea Nacional, electa por una mayoría abrumadora de los venezolanos, de sus derechos y de sus funciones al escoger a los nuevos integrantes del Tribunal Supremo de Justicia, todo ello con el único fin de proteger a la cúpula del poder madurista y de garantizar una inmensa salvaguarda para los favorecidos por el gobierno.

 

 

 

Ahora, como si ya se hubiera agotado definitivamente toda la vergüenza y molestara el recato y el pudor acostumbrado en las democracias representativas del pasado, el régimen presidido por el señor Maduro ya no apela a subterfugio alguno y, como si fuera motivo de alabanza, no se disimula ni se esconde el puente permanente entre el Poder Ejecutivo y el Judicial, que parecen comunicarse en voz alta sin importar quienes escuchan.

 

 

 

El Tribunal Supremo se comporta con total desprecio de la historia que van forjando con sus actos y, por supuesto, de la trayectoria prístina que todo magistrado quiere dejar a su paso por una de las instancias más importantes de la justicia en Venezuela. Nadie en este momento puede olvidar o borrar de un plumazo lo que el TSJ está haciendo, ya sea para bien o para mal de los venezolanos. Y si se quiere documentar este lapso con absoluta rigurosidad y apego a la verdad hay que ir directamente a las decisiones que se han tomado en las salas del TSJ, no hay otro camino.

 

 

 

Desde hoy se puede imaginar lo que pensarán los investigadores, analistas e historiadores, profesores de derecho y juristas enjundiosos cuando revisen un acto tan absolutamente errático como la designación por el Tribunal Supremo de Justicia de los nuevos rectores del Poder Electoral, pasando por alto todas y cada una de las advertencias, barreras y límites establecidos por “la mejor constitución del mundo”, como fue bautizada por el difunto, sobre cuya memoria los maduristas no se cansan de bailar un fandango.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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