A esta hora parece prudente mirar con alguna distancia los hechos más recientes protagonizados por el gobierno: Delcy Rodríguez, inscrita para siempre en la historia del ridículo, se introduce por la fuerza en un edificio donde estaba previsto el encuentro de Mercosur en Argentina, como si violentando los accesos y las normas de seguridad pudiese revertir esta realidad: que nuestro país ha sido expulsado del organismo. Es decir, la señora que funge de canciller de la República sufre un ataque, como consecuencia de confundir dos planos distintos de la realidad: el edificio y la institución. Cree que al entrar al edificio la expulsión será revertida. Locura desatada, ni más ni menos (cabe preguntarse qué le ocurriría a una hipotética señora, con extravío semejante al de la señora Delsy, si un día cualquiera, intentase ingresar por la fuerza, por ejemplo, en el cuartel de la montaña).
En otro ataque de psicosis, el gobierno ha decidido convertirse en socio por decreto de dos emporios trasnacionales, prácticamente sin competidores en el país: Colgate-Palmolive y Procter&Gamble. Bajo amenaza les obliga a venderle –entregarle– 50% de la producción. Es la misma fuerza ciega, embrutecida, con que el accidente tecnológico sufrido por la plataforma del Consorcio Credicard (semejante a los apagones que han tenido los más grandes operadores del planeta, que han afectado sus servicios por horas como resultado de colapsos por saturación de data), se convierte, lean bien señores lectores, en una acusación de sabotaje y traición a la patria, y conduce a seis empleados de esa empresa a un juicio militar (es decir, a la jurisdicción del señor Padrino López, el mismo que tiene bajo su responsabilidad los operativos OLP).
El poder psicótico es también el de la masacre de Barlovento: furia ciega, embrutecida, desproporcionada, despiadada y armada que se ceba en contra de personas humildes, habitantes de caseríos, gente que apenas sobrevivía y cuyas vidas terminan en fosas comunes. Y es que nadie debe permanecer ajeno a lo que ha ocurrido y lo que ello significa: la revolución bolivariana ya sumó a sus incalculables expedientes el de las fosas comunes, el de las ejecuciones sumarias, con el sello distintivo de los años Padrino López.
El poder psicótico es el que saquea los depósitos de un empresario de los juguetes, pero no solo lo roba: también lo señala, lo expone al descrédito. El poder psicótico es el zafio que carece de toda comprensión de lo que significa una frontera –lugar donde millones de personas viven bajo una lógica de intercambios con los vecinos de otro país–, y la abre y la cierra como si la vida de personas y familias pudieran suspenderse cada tanto, sin que ello tenga consecuencias. El poder psicótico es el que se expresa en el TSJ, cuyo más reciente ataque pisotea una vez más la Constitución, atribuyéndose una función que no le compete, como la de ratificar en el CNE a unas señoras –señoras que han regresado al edificio sede del CNE, pero por la puerta de la basura–, que tienen su período vencido.
Y es que ese es el signo del poder psicótico: un embrutecido incapaz de medir las consecuencias de sus actos. Un poder que carece de recursos mentales prospectivos. Un poder que se cuela por las ventanas. Que se pasea con sus armas largas. Que dispara a quemarropa. Que cava fosas. Que ordena retirar la mitad del dinero circulante en Venezuela, sin preguntarse, por ejemplo, cómo hacen los habitantes de los miles de centros poblados del país que no tienen ni una agencia bancaria sino a cientos de kilómetros, o los todavía cientos de miles de venezolanos mayores de 18 años de edad, que no están bancarizados, entre otras razones, porque el gobierno dejó de ocuparse de los más pobres, porque sus preferencias son otras: las grandes operaciones de contrabando –en la frontera, los mega negocios del tráfico ilegal de mercancías, están a cargo de uniformados–, enormes procedimientos logísticos que aseguren el paso impune de la droga hacia otros mercados, los grandes negociados con las divisas que no cesan de producirse, mientras el país sigue en caída libre a su crisis más profunda. Insisto en el llamado que hice en las primeras líneas: hay que mirar con suma atención todo cuanto está pasando. El poder psicótico está desatado.
Editorial de El Nacional