A partir de un evento específico, el incendio de un edificio en la urbanización Bello Monte de Caracas, se ha revelado una realidad en toda su dimensión, el total abandono por parte de las autoridades de uno de los cuerpos de seguridad más importantes para una ciudad y un país, los bomberos.
Aquí no se trata de especular sobre la responsabilidad del incendio del edificio, porque está claro que le corresponde al dueño del bodegón Cine Cittá, que almacenaba en ese inmueble material altamente inflamable sin ninguna de las medidas de protección y prevención debidas. Pero es que desde allí, desde el momento en que se permite usar esta construcción como depósito, es que comienza a fallar la labor de varias instancias de gobierno, que van desde el nacional hasta el local o municipal. Lamentablemente, esto incluye a los bomberos, que se supone que son los encargados de supervisar las condiciones de las instalaciones y corroborar que se usen de acuerdo con las normas.
Es obvio que en este caso nada de eso ocurrió, y como hace años los departamentos de bomberos son tierra de nadie, no hay autoridad que supervise que estén cumpliendo con la labor de inspeccionar instalaciones de todo tipo y obligar a los propietarios o arrendatarios a mantener las diferentes normas de prevención.
Pero ¿cómo se les va a pedir que hagan su trabajo si les pagan un mísero sueldo mínimo? ¿Qué tipo de estímulo tiene un oficial bombero si llega a la sede de su trabajo y sabe que ni siquiera hay agua para cargar el camión? ¿Cuántas veces han tenido que apagar fuegos con cualquier cosa que tienen a mano porque hace mucho tiempo que las estaciones no reciben dotaciones?
Si al lector esto que se describe le parece una exageración, volvamos al ejemplo del edificio de Bello Monte, que está encendido hace casi una semana. Cada vez que le echan agua, a las pocas horas se vuelve a prender. Y no porque no hayan acudido los bomberos especializados en este tipo de siniestros. Este incendio curiosamente reunió a los integrantes de varios departamentos de apagafuegos, además de Protección Civil. Y entre todos los que asistieron, ninguno cuenta con el material apropiado para apagar llamas producidas por aceite y combustible. Y las malas lenguas dicen que ese componente no lo tienen ni los de emergencias de las instalaciones petroleras.
Han tenido que derribar paredes para evitar que siga incendiándose el edificio. Los vapores y humos tóxicos han afectado a la población vecina, sin contar con las familias que se quedaron sin vivienda. Repetimos, la desidia no es de los bomberos, que trabajan con las uñas, como muchos otros socorristas de primera línea en Venezuela. La desidia es de un gobierno chavista que deja a la buena de Dios a la población y que ni siquiera se ocupa de poner agua corriente para apagar una simple candelita.
Editorial de El Nacional