Operaciones de trasplante de riñón iluminadas con celulares; heridas suturadas con hilos de coser; personas a punto de morir por falta de medicamentos; saqueos diarios a supermercados; choques entre policías y manifestantes; miles de personas enfrentando una posible hambruna; delincuentes asaltando y matando a pacientes en hospitales; opositores encarcelados; inflación al galope.
Tenebrosas estampas transformadas en rutina. La vida cotidiana como un ejercicio sin descanso de supervivencia. La muerte acechando cada día en las casas, en las esquinas o, incluso, en las interminables colas para comprar harina, aceite, papel higiénico.
Es la Venezuela de la gravísima crisis económica, energética, social y política y donde se puede perder la vida en cualquier instante por un paquete de arroz o de azúcar.
El país considerado, alguna vez, el más rico de Sudamérica y que revive un capítulo con reminiscencias de dramas africanos cuando alrededor de 35 mil ciudadanos desesperados por la escasez aprovechan la apertura por doce horas de un tramo de la frontera con Colombia y se abalanzan en busca de alimentos, medicinas y otros enseres esenciales para intentar sobrevivir.
Es la Venezuela amenazada de que se acabe, en breve, el lote de 714.000 medicamentos adquiridos por el Estado venezolano y no haya siquiera un antibiótico en los hospitales, cuando se estima que la población necesita poco más de 20 millones de remedios por año para mantener el sistema dentro de los parámetros mínimos de normalidad. Es la Venezuela de los siete bebés recién nacidos que necesitan cuidados especiales y mueren, en promedio, cada día por los cortes de luz que afectan a los hospitales.
Es la Venezuela que se desliza hacia un colapso poco común en países sin guerra: una tasa de mortalidad cuadriplicada y el 70% de su población transformada en pobre o extremamente pobre.
Es la Venezuela donde alrededor de un millón seiscientos mil de sus ciudadanos han abandonado el país en los últimos años, la mayoría profesionales calificados. Es la Venezuela que ocupa, en estos momentos, las primeras posiciones en procedimientos migratorios en países como Colombia, Panamá, Argentina, Chile y España.
Es la Venezuela donde algunos organismos internacionales advierten que está al borde de una catástrofe humana sin precedentes en el continente y que tendrá amplias ramificaciones en las demás naciones latinoamericanas.
También es la Venezuela donde la solución no parece estar cerca por la gran polarización que mantiene al país dividido entre el gobierno de Nicolás Maduro que denuncia con frecuencia conspiraciones golpistas y la oposición –poseedora de mayoría en el Congreso– exigiendo un referendo revocatorio.
Es la Venezuela donde los principales dirigentes de la oposición que se encuentran en libertad iniciaron esta semana una gira por todo el país para presionar al Consejo Nacional Electoral a que anuncie la fecha en que se convocará la consulta popular.
Es la Venezuela donde su mandatario culpa a las fuerzas internacionales, los empresarios codiciosos y sus detractores de ser los responsables de la mayor hiperinflación del mundo que bordea el 720% al año y de que la economía se haya contraído 10%.
Es la Venezuela que tendrá las cuentas del Banco Central de Venezuela cerradas y no podrá hacer sus pagos internacionales, y su jefe de la República Bolivariana denuncia un boicot financiero y acusa al gobierno de Barack Obama de urdir un complot. Es la Venezuela donde una Cajita Feliz de McDonald’s cuesta a la tasa de cambio oficial nada menos que 146 dólares, cifra astronómica e imposible de pagar por la abrumadora mayoría de la población.
Es la Venezuela de la profunda recesión –a punto de transformarse en estancamiento profundo y caos– que ha obligado al régimen a incrementar tarifas y precios que antes estaban subsidiados por los ingresos petroleros que hoy son mínimos.
Es la Venezuela que profetizó el escritor Arturo Uslar Pietri, en su artículo “El festín de Baltasar”, sobre el riesgo de depender tanto del petróleo y que ahora sufre por la caída de los precios del crudo, el cual representa el 96% de sus ingresos.
Es la Venezuela de Bolívar donde sus ciudadanos deben encontrar una solución a sus propios problemas y que aguarda que sus hermanos latinoamericanos no sigan manteniendo un silencio cómplice ni se mantengan como meros observadores ante su desgracia.
Es la Venezuela donde su tragedia no permite más las medias tintas y que obliga a los gobiernos de la región y los organismos continentales a respaldar a su población para que pueda ir a votar con todas las garantías necesarias y retome la senda de la libertad y la prosperidad que merece, sin yugos de ninguna clase.
Es la Venezuela que observa con esperanza la propuesta del presidente electo Pedro Pablo Kuczynski de conformar un “club de ayuda” para que pueda reerguirse mientras el mandatario argentino, Mauricio Macri, pide a la Organización de Estados Americanos (OEA) que aplique la Carta Democrática.
Es la Venezuela que aguarda que el periodismo libre –transformado en el vínculo de los individuos y la sociedad en su conjunto– no permanezca al margen y haga constantes llamados para que los latinoamericanos no sigan pasivamente los terribles acontecimientos que están sucediendo en este país hermano.
Es la Venezuela que desea el fin de la inercia que la está conduciendo al abismo y que confía que se convoque a una cruzada continental para que, como sostenía el escritor Rómulo Gallegos en su célebre novela Doña Bárbara: “algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida”.
Hugo Coya
Periodista
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