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El Athletic supera al Espanyol y Aduriz suma y sigue

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El Athletic supera al Espanyol y Aduriz suma y sigue

El equipo de Valverde gana a un rival minimalista con dos tantos de su goleador acreditado

 

 

 

Los años, aunque no solo los años, convierten el café en té, la cafeína en relajante, el miedo en calma. O sea, Aduriz, el veterano y el juvenil, el debutante y el homenajeado. O sea, Aduriz, el que ha roto muchos platos pero parece que no ha roto ninguno, que se planta en el punto de penalti y lanza la pena máxima como si nunca jamás hubiera actuado de verdugo, como un abogado defensor y no como un inquisidor dispuesto a condenar al portero a la hoguera, como se acostumbra cuando el lanzador se convierte en lanzador de cuchillos. O sea, Aduriz, que lanzó el penalti cometido por Víctor Sánchez a Muniain, porque venía roto, desarbolado por un tropezón y tardío como una nevada en junio. Y lo marcó porque esperó a que Diego López se fuera al rincón de pensar para dejarle el balón manso en la despensa de la portería.

 

 

Oficialmente habían pasado muy pocas cosas, pero realmente había sucedido que el Athletic se había apoderado del encuentro ante un Espanyol en el que prevalecía el orden con tanta pasión que lo convirtió en su único objetivo. Nada de desordenarse, pero nada de atacar, a pesar de contar con el intuitivo Álvaro Vázquez y el veloz Piatti. Nada de asustar, no fuera que se asuste el lobo y se pierda el orden de la cohorte. De morir, bien juntos; de sobrevivir, al unísono.

 

 

 

Y le tocó perder porque Aduriz está siempre que se le espera. O le atropella un tranvía o no falta a la cita. Y acudió poco después de la media hora en un libre indirecto que sacó Beñat y lo cazó el donostiarra, midiendo hasta las rayas de la camiseta del Espanyol para no estar en fuera de juego. Hay futbolistas a los que les puedes dar medio metro, y otros a los que no les puedes conceder un milímetro porque te bailan un chotis sin piar la raya. O sea, Aduriz, el de la escuadra y el cartabón, el de los nervios de acero y los tendones de nácar.

 

 

 

Total que, en media hora, el Athletic sintió el partido ganado y el Espanyol, perdido. El equipo de Sánchez Flores jugaba entre visillos, anunciando sombras, sin que se viera en ningún momento a sus centrocampistas, a sus asustados defensas, a sus olvidados delanteros. Y eso que Europa estaba en la frontera (¡qué cosas!) y que ambos entrenadores habían decidido sofocar el cansancio con algunos refrescos sin azúcar. Más habituales los de Valverde (Williams, San José, Balenziaga, al banquillo), más sorprendentes en Flores (sin Caicedo, Aaron, Jurado, Hernán Pérez). Formas de mirar al partido.

 

 

Un rival ambiguo

 

 

Y al Athletic le salió bien. Jugó cómodo. Iturraspe, tranquilo, detuvo al Espanyol sin que ninguno de los cuatro centrocampistas del equipo catalán supieran nunca dónde estaba. Y Beñat dio las órdenes oportunas para que el ejército no perdiera la formación. Y se le puso fácil, más fácil de lo previsto ante un rival tan ordenado pero tan ambiguo entre defensa y ataque. Y reservó futbolistas y recuperó a otro (Yeray, con su máscara).

 

 

 

A Quique el partido le dio pocas noticias. Una falta cabeceada por David López que demostró la categoría de Arrizabalaga como portero (golpe con el poste incluido) fue su único argumento. No hubo más por parte de un equipo que se desenvolvía los últimos años como pez en el agua en La Catedral. Quizás es que no llovió. Pero quedó el sudor de Aduriz, que quizás deba plantearse tras marcar el gol 200 en el nuevo San Mamés (falló otro por despecho ante lo fácil), superar a Guerrero en goles marcados en Liga, en asaltar el récord de Sir Stanley Matthews. Por intentarlo…

 

 

El Pais

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