Editorial de El Tiempo: Trump ante el mundo

Editorial de El Tiempo: Trump ante el mundo

 

En su discurso de posesión, el mandatario de EE. UU., aparte de lo esperado, esbozó propósitos que tienen al mundo interpretando su real intención.

Aunque era claro que el segundo periodo de Donald Trump en la Casa Blanca sería una ruptura frente al de su antecesor, Joe Biden, muchos confiaban en que las propuestas más extravagantes del presidente entrante correspondían a una estrategia de campaña, a posiciones que moderaría una vez asumiera el poder. A juzgar por sus primeros actos y pronunciamientos, sin embargo, el nuevo mandatario de Estados Unidos parece decidido a ejecutar incluso sus propósitos más problemáticos.

Uno de ellos fue retirar a su país –como ya lo hizo durante su primer periodo– del Acuerdo de París, así como de otros convenios internacionales de lucha contra el cambio climático. Adicionalmente, en materia de exploración de hidrocarburos, reafirmó su intención de «perforar, baby, perforar», lo que disipa cualquier ilusión de que su gobierno apoye el esfuerzo por reducir las emisiones de carbono.

Trump rompe, de esa manera, con la política climática de Biden, quien impulsó una ley para promover las energías renovables. En todo caso, lo que está demostrando con su anuncio es la importancia geopolítica de no abandonar la exploración y la explotación de los hidrocarburos para garantizar la soberanía energética, sin que eso signifique necesariamente un veto a las energías limpias de la transición.

El nuevo ocupante de la Oficina Oval confirmó también su retiro de la Organización Mundial de la Salud. Esta decisión ha sido duramente criticada por la comunidad científica, pues implica nada menos que poner en riesgo la financiación de la entidad llamada a enfrentar una eventual próxima pandemia.

Retirar a su país del Acuerdo de París y de la OMS además de su idea expansionista son algunas de las polémicas propuestas.

La afirmación más extraña de Trump, sin embargo, tuvo que ver con las dimensiones físicas de su país. «Estados Unidos –dijo– volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta su riqueza, que expande su territorio».

Muchos se preguntan a qué se refería con ese mensaje, un anacronismo imperial en pleno siglo XXI. La interpretación benigna es que estaba hablando de clavar la bandera estadounidense en el suelo de Marte, algo a lo que también aludió en su discurso. Pero tratándose de un mandatario que ha manifestado intenciones de «comprar» Groenlandia y «recuperar» el canal de Panamá, sus palabras no dejan de producir inquietud.

Estas y otras iniciativas puestas en marcha en las primeras 24 horas de su gobierno, por medio de casi 100 órdenes ejecutivas, anuncian lo que será su segundo mandato en el frente internacional: un periodo de sobresaltos, polémicas y cambios estructurales, cuyo impacto se sentirá en el globo entero.

Trump se ha pronunciado como mandatario. Sus decisiones, siempre y cuando gocen de legitimidad democrática, deben ser aceptadas por el resto de países. Pero no pueden violar las fronteras y los derechos de otras naciones, los cuales, en un mundo interdependiente e interconectado, no siempre se delimitan fácilmente en un mapa. El presidente Trump no debe olvidar que el tamaño y poderío del Estado que representa implican responsabilidades no solo ante su ciudadanía, sino ante todo el planeta. Y debe, ojalá, actuar en consecuencia con esas obligaciones.
editorial@eltiempo.com

 

 

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