Es oportunidad para entender mejor lo que está pasando en Colombia y en el mundo y retomar el camino con esperanza.
La Semana Santa es un rito cristiano: un relato que se pone en escena año tras año con la ilusión de que nos dé nuevas luces para seguir viviendo. Del Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección vamos recordando la pasión de Cristo: la entrada a Jerusalén, la última cena, el viacrucis, la crucifixión, la muerte, la gloria y la resurrección del hijo de Dios. Y semejante parábola, que nos habla de reivindicaciones, de despedidas, de traiciones, de compasiones, de redenciones, suele hablarnos de lo que está pasando en el mundo.
Ha sido un año particular: las guerras sin resolver, los cambios abruptos e inciertos en la política internacional, los altibajos de los mercados, las amenazas populistas, diarias, contra las instituciones de la democracia –en este mundo hiperconectado, de redes sociales polarizadas a más no poder, que tiene serios efectos sobre la salud mental de las ciudadanías– han hecho que vivir estos primeros meses sea un verdadero reto. La pausa de Semana Santa es una oportunidad para entender mejor lo que está pasando.
El llamado de la religión, más allá de los credos y los mitos, es una invitación a fortalecer el espíritu de comunidad, a derrotar, por medio de la compasión, de la solidaridad y de la convivencia, las violencias que sabotean las sociedades: suele repetirse en política, porque es verdad, que son más las cosas que nos unen que las que nos separan, pero, en medio de tantos debates entre discursos en apariencia irreconciliables, se ha vuelto difícil notarlo y reconocerlo. La historia de la Semana Santa es la historia de la persecución al transformador mensaje cristiano de convertir a los extraños en prójimos: hoy es más relevante que nunca.
La historia de esta Semana es la de la persecución al transformador mensaje cristiano de convertir a los extraños en prójimos: hoy es más relevante que nunca.
El llamado Triduo Pascual, o sea la suma de los días más importantes de la Semana Santa, del Jueves Santo al Domingo de Pascua, cuenta cómo termina llevándose a cabo la vaticinada conspiración de Judas con los miembros del Sanedrín: luego de la humildad en el lavatorio de los pies, de la celebración de la cena, del coraje de la oración en el huerto, vendrán los interrogatorios, las flagelaciones, la corona de espinas, el camino tortuoso que va a dar a la cruz.
Y la moraleja del relato, que bien aplica en estos meses de preguntarse hacia dónde está yendo el mundo, es clara: el de la superación de los viacrucis a fuerza de reflexiones, de espíritus críticos, de convicciones y de compromisos con la paz entre los miembros de las colectividades. Quizás sea el Sábado Santo, que algunos llaman Sábado del silencio, el día más importante de la Semana Santa de este año: la jornada para contemplar las realidades que estamos viviendo, con sus razones de ser y sus lecciones, como una pausa antes de redoblar esfuerzos –en la familia, la educación, la política, la religión, la cultura– para alcanzar las sociedades más justas que anhelamos.
El Domingo de Pascua es, según la compleja etimología de la palabra, el domingo en el que se celebra una transformación: ojalá el paréntesis de esta Semana Santa, queridas lectoras y queridos lectores, sea una oportunidad para retomar el camino de la fraternidad y la esperanza.
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