En horas Estados Unidos entrará en una nueva etapa de su vida política, con la toma de posesión de su presidente número 47, Donald John Trump. La aún primera potencia del mundo es también la democracia más longeva: en abril se cumplirán 236 años desde la elección de George Washington como su primer mandatario. Solo por eso debería merecer el respeto y admiración del mundo. Ninguno de los 46 antecesores de Trump llegó al cargo en una edad más avanzada. El líder republicano, también empresario y figura televisiva, es, por donde se le vea, un hombre de récords en una gama diversa y polémica. No podía ser de otra manera.
El mundo mirará hoy hacia el Capitolio de Washington, donde tendrá lugar la ceremonia de asunción, antecedida por una donación de 200 millones de dólares, también récord, para el comité inaugural Trump y (James David, JD) Vance. También Trump nos mira. La foto elegida por el mandatario, que estará impresa en el programa de actos del día de hoy, lo muestra entrecerrando los ojos con severidad, bañado desde abajo por una inquietante iluminación lynchiana (de David Lynch, el cineasta de mirada perturbadora, fallecido el miércoles pasado), con potentes focos reflejados en sus ojos. La descripción es autoría de The New York Times, que puede ser despachado a la ligera como un reducto del progresismo, pero la imagen ciertamente es muy distinta a la foto del sonriente Donald Trump cuando asumió la presidencia el 20 de enero de 2017.
El biógrafo de Trump, Timothy O´Brien, citado por NYT, ve en los ojos de Trump una mirada intensa a lo Clint Eastwood en High Plains Drifter, una película de 1973 titulada por estos predios como La venganza del muerto, que si se mixturara con la foto de su ficha policial, tomada en la oficina del sheriff del condado de Fulton, Georgia, por el caso de la presión electoral ejercida para intentar modificar la elección en 2020, daría como resultado, según el biógrafo, la imagen oficial que tendrán en sus manos los asistentes a la ceremonia de hoy. Una imagen de hombre duro para un tiempo duro: guerras sin visos de solución, crisis fronterizas y enemigos que acechan en el antiguo patio trasero.
Hay conjeturas en medio mundo, y más, sobre lo que hará o dejará de hacer Donald Trump en su segunda presidencia. Pronto se comenzarán a despejar las incógnitas, y sabremos si volverá el Trump de su primera versión, o la de un hombre que incorporará alguna moderación a su lenguaje y modos. También la consistencia de su gabinete para afrontar crisis que ponen en jaque su posición de primera potencia mundial.
A los venezolanos nos interesa saber si Trump nos mira a los ojos, si esos ojos suyos, que lucen amenazantes, apuntan a la cúpula gobernante y alumbran mejores perspectivas para la solución del largo y doloroso conflicto que padece el país, agravado por la juramentación de Nicolás Maduro para un período presidencial que perdió clamorosamente en las urnas. La primera señal en esa dirección puede ser el nombramiento de Marco Rubio en la Secretaría de Estado, un hombre que conoce a fondo las tres dictaduras que ensombrecen y avergüenzan a la mayoría de países democráticos de la región. Rubio es el primero de origen hispano en ocupar un cargo de tanta relevancia y responsabilidad.
La inmensa mayoría de los venezolanos ha expresado con absoluta nitidez su deseo de cambio político y ha hecho hasta lo indecible para lograrlo. La victoria del 28 de julio es el punto culminante de la conjunción de fuerzas políticas democráticas en favor del rescate de una nación a la deriva y la vuelta de sus hijos desperdigados por un centenar de naciones. La colaboración de la comunidad internacional es un instrumento fundamental para hacer valer el peso de los votos, recuperar la soberanía nacional y cerrar las heridas abiertas durante 25 años.
Editorial de El Nacional