A partir de ahora esta página no será lo que solía ser. Sin los magistrales trazos de Pedro León Zapata y sus incisivas leyendas que componían, más que caricaturas, auténticos editoriales gráficos. Sí, eso eran lo Zapatazos que recién cumplieron medio siglo, el pasado 21 de enero, cuando El Nacional evocó la publicación de la primera de sus innumerables historias contadas en apenas un viñeta. No habrá más Zapatazos porque el maestro ha muerto y con él esa forma única que prestigió al humorismo venezolano.
Exponente destacado de la nueva figuración pictórica, fue, junto a Gego, González Bogen y Tecla Tofano, profesor muy apreciado de dibujo a mano alzada en la Facultad de Arquitectura de la UCV, en la querida Ciudad Universitaria a cuyo patrimonio artístico sumó ese inmenso mural de más de 1.500 metros cuadrados de superficie alusivo, por cierto, a las colas, que vemos en la autopista Francisco Fajardo.
También, con su nombre, “la casa que vence las sombras”, mantuvo una cátedra permanente del humor, espacio para el intercambio de diversas formas de pensar y expresar la sátira y la comicidad.
De una cultura admirable, -podríamos decir que fue, con Alejandro Otero, de los más cultos pintores venezolanos- era capaz de hablar en broma con pasmosa seriedad, o viceversa, sobre los temas más disímiles. No eludió la política, no sólo porque su trabajo cotidiano le imponía una relación con ella, sino porque le tocó convivir, en México, con muchos exiliados que fueron, han sido o son protagonistas de la vida pública.
Habría cumplido 86 años el próximo 27, una edad que para muchos implica recogimiento, pero se mantuvo fiel a su pasión por compartir la angustia que le producía ser testigo del hundimiento del país donde nació, creció y se hizo referencia indispensable para el ciudadano de a pie que captaba, de inmediato, toda la ironía y corrosión que era capaz de transmitir en cada Zapatazo. Por eso, en 1967, fue reconocido con el Premio Nacional de Periodismo.
Embarcado en inolvidables aventuras editoriales como La Pava Macha, La Zaparapanda, Fósforo, El Sádico Ilustrado y El Camaleón,entre otras, navegó por el mar de las carcajadas en compañía de Kotepa Delgado, Miguel Otero Silva, Aquiles y Aníbal Nazoa, Salvador Garmendia, Manuel Graterol, Elisa Lerner, Abilio Padrón, Rubén Monasterios y un ilustre etcétera de mordaces intelectuales.
Como pintor, dejó constancia de su oficio y originalidad en exposiciones colectivas e individuales y, por ello, fue reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en el año 1980. Aplaudido conferencista y también hombre de radio, este tachirense no eludió ningún medio a través del cual pudiese sintonizar con sus compatriotas, que hoy lamentan y lloran su deceso porque con él se va una parte muy querida de la historia gráfica, el quehacer artístico y el saber decir de la Venezuela que debería ser, la que soñamos, y no la de esta pesadilla, de la que, en memoria de Zapata, ojalá, despertemos pronto.
Fuente: El Nacional