El sacerdote jesuita Luis Ugalde, que fue, entre muchas cosas, provincial de su orden religiosa en Venezuela y durante 20 años rector de la Universidad Católica Andrés Bello, concedió una muy reciente entrevista a la publicación Encuentro Humanista en la que aborda en detalle la situación política y social de Venezuela y los desafíos que implican la transición y reconstrucción del país, tanto para las fuerzas políticas como para cada persona en lo relativo a su compromiso ciudadano.
El énfasis de las palabras de Ugalde está puesto en la imperiosa necesidad de desechar la resignación y apostarle a la esperanza. Una esperanza activa que contribuya, con el aporte de todos, a hacer posible lo que se presenta como imposible de transformar.
Lo que sigue es un extracto de su contenido, para reflexionar e internalizar:
– Hay momentos de la historia donde se produce una condensación que permite lo que antes no era posible. Creo que en Venezuela esas cualidades existen pero hay que insistir en que se comprenda la dimensión del liderazgo. Ya no eres de un grupo o partido, tu misión es nacional, por tanto debes abrirte a todos. Eres de la transición, lo que implica que tienes que ser capaz de convertir algo que no sirve para nada en otra cosa.
– Cualquiera que llegue al poder se va a espantar al encontrar que la casa está destruida, que no hay un centavo en el banco y que tiene que decidir por dónde empezar. Es allí donde se plantea pasar del yo al nosotros. Eso significa un espíritu de grandeza y de comprensión de que el liderazgo es para Venezuela, no para un grupo. Que, aunque hayas ganado, no puedes solo.
– La transición requiere conversión personal. Es una palabra que a veces pensamos que es sólo para el terreno religioso, pero no. La conversión personal es fundamental.
– Es bueno que los cristianos (…) alerten que en este momento el país necesita más que nunca de la Iglesia, de su voz, de la voz de los pastores. Y en la reconstrucción será más necesario todavía. Hay que mover a las parroquias, a las comunidades, hablarles y acompañarlos. Hay que inducir un nuevo espíritu creativo y un nuevo espíritu de perdón y reconciliación nacional. Eso no llueve del cielo. La palabra reconciliación si no es de la Iglesia no es de nadie.
– Cada católico puede y debe, de manera constructiva, aportar lo que deba, tanto la jerarquía como el laicado. Y si se percibe que no se está haciendo, reclamar que no se haga silencio, que no se callen ante lo que ocurre. Que, ¡ojo!, no es lo mismo que ser tirapiedras. Se trata de levantar los ánimos, que presenten un horizonte, que muevan los resortes espirituales.
– Desde el Concilio Vaticano II y la Asamblea de obispos de Medellín en el año 1968, la Iglesia, en todos los países de América Latina, ha sido portavoz de los pobres, oprimidos y perseguidos. Con lo cual lleva gran esperanza a los pueblos.
Lo peor que puede pasar -destaca Ugalde- es la resignación “porque es servir en bandeja la continuidad”. Acomodarse, adaptarse, callarse y correr la arruga no son soluciones. Es Domingo de Resurrección. De esperanza. La vida en nuestra tierra puede y debe ser mejor. Infinitamente mejor.
Editorial de El Nacional