En una reciente visita a Argentina, la cuestionada ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, adoptó una muy poco creíble actitud al victimizarse.
En efecto, la actitud de quien terminó su mandato destituida constitucionalmente el 31 de agosto último se asemeja a la asumida por nuestra propia ex presidenta Cristina Kirchner, quien está asediada por una larga serie de investigaciones judiciales en materia de corrupción, y se victimiza de modo nada creíble ante pruebas que la incriminan en sumarios que lejos están de constituir una persecución política como ella argumenta.
Ambas ex presidentas sumieron a sus pueblos en una profunda recesión que paralizó la actividad económica. La recesión brasileña fue consecuencia directa de los enormes desaciertos de Dilma y de la falta de confianza que ella generó, y que espantó a la inversión privada.
A ello se sumó la peor y más profunda ola de corrupción pública de toda la historia de Brasil, que ya ha acumulado cinco diferentes acusaciones judiciales que apuntan contra el también ex presidente Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores.
Dilma afirma que es una inocente víctima de un “golpe institucional” que, según ella, fue perpetrado por las fuerzas políticas de la oposición y por los poderosos medios de su país. No ha sido así. Fue, en todo caso, víctima de sus propios desaciertos y de la corrupción que propició y cobijó.
LA NACIÓN. BUENOS AIRES. / GDA.