El régimen procura, sin lograrlo, no castigar a Caracas con el mismo rigor que imprime a sus medidas restrictivas en el resto del país. Podría pensarse que Maduro y su comandita son de los que creen que Venezuela es Caracas y lo demás, monte y culebra y, por eso, dan por sentado que manipulando informaciones sobre lo que acontece en ella, el país entero se comerá el cuento.
Ello explicaría que se privilegie a la capital –asiento de un poder político reforzado con la recentralización impulsada por Hugo Chávez para hacerse con el control absoluto del país– con un trato menos severo a la hora de cerrar llaves y aplicar alicates, de sí inadmisible fórmula de discriminación social y territorial reñida con el insincero igualitarismo que proclaman el gobierno y el PSUV para enmascarar sus prácticas excluyentes.
Sin embargo, a la hora de elegir locaciones para celebrar un evento de cierta significación internacional, el gobierno opta por irse bien lejos de la Sultana del Ávila porque sospecha que los caraqueños lo pueden dejar mal parado.
¿A dónde ir en tales casos? La verdad es que no tienen mucho donde escoger ya que el control que ejercían sobre la provincia es apenas nominal –de allí el ¡alto a las elecciones, hasta nueva orden!–, de modo que lo recomendable es una isla, en teoría un ámbito fácil de controlar, en el que puedan desplegar sus tropas de asalto para intimidar a los pobladores y alejarlos de la zona escogida para la kermese, el festival –o lo que fuere–, que se realizaría allí.
Así, pues, Margarita, que gracias a un régimen tributario y aduanero especial –Puerto Libre– había alcanzado desarrollar una pujante actividad comercial y una moderna infraestructura vial, hotelera y de entretenimiento, se convirtió, para el chavismo, en anfitriona obligada de estrafalarios eventos, como el recién finalizado jamboree de los países atrasados que trajo aparejada una semana de suministro continuo de agua para la isla y una significativa reducción de los apagones, los cuales, conjuntamente con la sequía y las colas sin propósito definido, reaparecieron terminado el relajo tercermundista.
A los artífices del prediálogo de sordos –¿habrá posdiálogo de mudos?– con una mediación tenida por muchos como no tan santa cual se supone tendría que ser la del Vaticano, entre otras cosas por declaraciones au dessus de la mêlée del nuevo “papa negro”, se les ocurrió que Margarita era sitio que ni pintado para el desencuentro, sin reparar en que hay exigencias mínimas que satisfacer como la liberación de los presos políticos, reactivación del revocatorio, etcétera, para que la MUD considere insuflarle oxígeno a un gobierno deslegitimado y golpista que busca ganarle tiempo al tiempo. De no ser así, estamos entonces ante una pantomima.
A la isla se le niegan divisas y se le condena a enterrar una modalidad económica que servía de soporte al turismo; pero, ¿quién toma sus vacaciones donde nada se consigue y lo poco que hay cuesta no uno, sino dos ojos de la cara? Por eso, la revolución la transformó en isla de mascaradas. Como la anunciada para hoy que, “deshojada Margarita”, parece que se queda en Caracas.
Editorial de El Nacional