El discurso de Nicolás Maduro este martes en la Asamblea Nacional dejó en evidencia la sorda hostilidad con la que puertas adentro el chavismo trata de convivir desde la muerte de su líder fundamental. Pero más allá del sórdido pleito por la transmisión de la herencia, y apartando lo minúsculo, que puede resultar de un análisis superficial de la política doméstica, lo sucedido en el parlamento tiene que ver con una crisis más profunda: la de los principios éticos de nuestra sociedad y otra no menos importante: la total decadencia de la filosofía política en nuestro país.
En su libro «Ética y ciudadanía», Fernando Savater identificaba como una de las causas del resurgimiento de las figuras mesiánicas al estilo Chávez la propia decadencia de la razón política.
«Hay poco razonamiento político, hay poca educación política de los ciudadanos. A los ciudadanos se les mantiene alejados de las explicaciones de cómo funciona el sistema que ellos deben gestionar y donde deben participar. Entonces, siempre hay una infantilización, es decir, en cuanto las personas no estén educadas se infantilizan, y la figura infantil por excelencia es el papá que llega a resolver las cosas y nos salva y mata al dragón y nos entrega a la princesa. Entonces, mientras más ineducadas estén las personas, más tienden a creer en soluciones infantiles y el mesianismo es un infantilismo».
Y el mesianismo es la Ley Habilitante. Un infantilismo más. Es el mismo sistema político que la revolución cubana logró finalmente exportar a Venezuela imponiéndolo con la anuencia, complicidad y cooperación activa de sus agentes extranjeros infiltrados a los más altos niveles de la gestión pública en nuestro país.
Pero si Chávez en cierta forma representó una degradación vulgar de lo que fue la revolución cubana, con su buena dosis de infantilismo mesiánico, que lo llevó de fracaso en fracaso con las leyes habilitantes, lo de Maduro ya es otra cosa.
Quien mejor lo definió fue Willie Colón cuando se refirió a aquello de que Venezuela tenía un presidente Maduro y otro podrido. Solo que en este caso, el primero ha resultado estar más descompuesto, putrefacto y corrompido que el segundo. Pues lo que va quedando ya del batiburrillo de ideas locas que fue el chavismo es apenas un cretinismo sucesoral que pretende pontificar y dar discursos sobre la corrupción al mismo tiempo que nombra a sus familiares en cargos claves. Como quien dice pues, zamuro moro cuidando carne. Lo mismo que hizo Hugo Chávez, solo que este primer combatiente cada vez da muestras más inequívocas y fehacientes de su total y absoluta incapacidad para el cargo. Y además ni siquiera puede probar su nacionalidad.
Para muchos, el discurso de la Asamblea quedará en eso: en apenas una declaración de guerra, una convulsión interina que obligará a un reacomodo, pues el sistema, el modelo comunista, es intrínsicamente incapaz de depurarse. Solo puede a lo sumo, cambiar de nombres y eso si se destranca el juego como producto de un desbalance en el equilibrio de poderes que cohabitan el chavismo. A eso apenas alcanza el supositorio de triquitraquis anunciado por Nicolás con tanto aspaviento.
No habrá tal recomposición ética mientras gobiernen el país quienes lo han hundido en esta terrible crisis moral. «La peor corrupción», dice Savater, «es la que secuestra el poder que tienen los ciudadanos», ya que es «mucho más grave robar el poder que robarle la cartera al vecino. La primera corrupción que combate la democracia es la corrupción de los que quieren robar el poder y hacer con él lo que les parezca adecuado».
Fuente: EDC