Está de más decir que el régimen acabó con la diplomacia venezolana. Desde hace muchos años los entendidos, los diplomáticos de carrera (que muchos hubo y muy brillantes) encendieron las alarmas para alertar que la Cancillería se estaba quedando sin especialistas. Unos porque los echaron y otros porque se fueron.
Nada más apetitoso que un buen puesto en alguna misión fuera del país. No es que la política no hubiera desempeñado un papel medianamente importante en los años anteriores a esta debacle revolucionaria, pero los embajadores instantáneos, amigos de los gobernantes de turno, eran los menos.
Cómo olvidar nombre como Caracciolo Parra Pérez, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Ignacio Luis Arcaya, Simón Alberto Consalvi, Rafael Armando Rojas y tantos otros que dieron a conocer a Venezuela en el mundo. Este espacio no sería suficiente para mencionarlos a todos. Cada uno enfrentó retos tan grandes como las guerras mundiales o la rivalidad entre Rusia y Estados Unidos.
Venezuela tuvo voz en Centroamérica en grupos como Contadora; participó activamente en los procesos de paz; tuvo representación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; presentó ponencias brillantes y procesos que aún se siguen en organismos multilaterales.
Pero el socialismo del siglo XXI todo lo cambió. Mejor no mencionar a los ilustres hijos de Chávez que han ejercido como cancilleres, porque para ejemplo tenemos el botón que vive ahora en Miraflores.
Los diplomáticos rojitos poco se destacan por cosas positivas. Hace unos días la noticia fue que de la sede de la misión en Washington se perdieron unas obras de arte.
Por las redes circula la última pelea de un diplomático ante organismos multilaterales con una venezolana que lo consiguió comprando en un supermercado en Estados Unidos. Todavía se lee la noticia de que a la heredera María Gabriela Chávez se le venció el permiso de estadía en Nueva York y tuvo que salir quién sabe con qué destino. Nada de regresar a la tierra amada de su padre, para eso tiene millones de dólares.
Pero el papelón de la vicepresidente ante la Asamblea General de la ONU es la guinda de la torta. Pareciera que en 20 años no se han enterado de que la intervención en este tipo de foro requiere un trabajo de equipo. Investigaciones serias, un discurso bien armado, nada de improvisaciones.
Los diferentes despachos de la Cancillería antes estaban integrados por especialistas que investigaban, analizaban, escribían y mantenían a sus jefes informados. Había uno o más grupos que se encargaban de las instancias multilaterales desde Caracas. Trabajaban conjuntamente con la oficina del representante en la sede del organismo. Así, los discursos que se daban en ocasión de las grandes reuniones cumplían el objetivo de destacar la visión de Venezuela sobre algún tópico de interés.
En esta ocasión, en la reunión de la ONU, contamos una vez más con el discurso blandengue del canciller. Pero no podía faltar el verbo iracundo de la vicepresidente. Hace tiempo que nuestra política exterior solo se ocupa de justificar el desmadre en que vivimos y de desmentir acusaciones.
Pero de allí a lanzar coordenadas al viento sin ni siquiera corroborarlas es el colmo. Muchos, sobre todo los diplomáticos colombianos, estarán pensando si es que les quieren ver la cara de tontos. No solo con la afirmación de que hay campamentos para entrenar personal de ataque contra Venezuela, sino que quedan en pleno mar Caribe.
Ya saldrá alguno a enmendar el error inventando una plataforma o una estación submarina.
Editorial de El Nacional