Colline Brassard, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN); Anthony Herrel, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN) y Stéphanie Bréhard, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN)
Desde el chihuahua hasta el san bernardo, pasando por el galgo ruso o borzoi con su cráneo increíblemente alargado, los perros de hoy en día muestran una excepcional variedad de formas, aunque todos desciendan del mismo ancestro: el lobo gris. Esta gran variabilidad es muy reciente, ya que está vinculada a las selecciones intensivas realizadas en los últimos 200 años para crear las 355 razas reconocidas actualmente por la Federación Cinológica Internacional. Pero ¿qué sabemos de la aparición de los primeros perros en la prehistoria? Esta es la cuestión que abordamos en nuestro artículo publicado recientemente en la revista científica Proceedings of the Royal Society B.
Nuestra investigación ha demostrado por primera vez que en esta época tan temprana los perros ya tenían una gran variedad de tamaños y formas de cabeza.
Un mismo ancestro
Todos los perros proceden del mismo ancestro: el lobo gris. Hace al menos 15 000 años, lobos poco temerosos y agresivos de un linaje ya extinto se habrían sentido atraídos por los asentamientos humanos, probablemente para aprovechar los restos de comida. Los humanos prehistóricos se habrían acercado entonces a estos lobos, que les habrían ayudado a cazar o a proteger sus campamentos contra los ataques de otros depredadores. Habríamos domesticado a los menos salvajes, facilitando que se reprodujesen.
Esta domesticación fue acompañada de numerosos cambios genéticos, fisiológicos, de comportamiento e incluso físicos, la mayoría de ellos involuntarios. Entre los cambios morfológicos, los arqueozoólogos (expertos en las relaciones entre humanos y animales en el pasado) y los paleogenetistas han observado variaciones en el color del pelaje, una disminución del tamaño, diferencias menos marcadas entre machos y hembras y la conservación de rasgos más bien juveniles, lo que se traduce en cambios en las dimensiones del cráneo, con un hocico fuertemente marcado y acortado, y anomalías dentales más frecuentes (ausencia o rotación de ciertos dientes) por falta de espacio.
Además, un estudio realizado desde los años 60 en Siberia ha demostrado que, al seleccionar a los zorros más curiosos y menos agresivos a lo largo de las generaciones (recreando así las condiciones hipotéticas de los primeros encuentros entre humanos y lobos), los animales se volvían cada vez más dóciles, su nivel de estrés (evaluado por la secreción de cortisol) disminuía, y presentaban las mismas diferencias morfológicas que las observadas por los arqueozoólogos durante la transición del lobo al perro.
La domesticación también habría alterado la anatomía de los músculos faciales para permitir la elevación de las cejas.
¿Diversificación de los perros ya en el Neolítico?
Más adelante, en el Neolítico, en el oeste de Eurasia, los humanos optaron gradualmente por un estilo de vida sedentario y agrícola. Estos cambios en nuestro modo de vida probablemente afectaron a nuestros compañeros caninos, haciéndolos aún más diferentes de su ancestro salvaje. En particular, el hombre prehistórico pudo seleccionar morfologías adaptadas al desempeño de determinadas tareas, como la caza mayor o la defensa de campamentos y aldeas.
Sin embargo, solo unos pocos estudios han intentado describir la morfología de los perros a partir de restos óseos. Por ejemplo, un estudio escocés intentó una reconstrucción facial a partir del cráneo de un perro fechado hace unos 4 500 años y encontrado en una necrópolis de la zona de Cuween Hill, en las islas Orcadas escocesas. En los huesos reconstruidos, cuyo tamaño es similar al del border collie moderno, se utilizó silicona y arcilla para reconstruir el volumen de los músculos. A continuación se añadió una piel, cuyo pelaje se eligió para que se pareciera al del lobo gris europeo. Recientemente se ha realizado una reconstrucción similar para un perro aún más antiguo, fechado hace unos 7 600 años. https://www.youtube.com/embed/fB9mljiIhrA?wmode=transparent&start=0 Reconstrucción facial de un perro neolítico de unos 4 500 años de antigüedad.
Otros estudios, desgraciadamente dispersos, se han basado en mediciones realizadas en los huesos para describir la forma de estos perros prehistóricos. Estas investigaciones se ven obstaculizadas por el problema de la conservación de los restos óseos (los restos craneales son escasos y a menudo muy fragmentados), emplean muestras pequeñas y se limitan al estudio de determinadas regiones o períodos, sin buscar un enfoque más global de la variabilidad de los perros en Europa a escala prehistórica.
Además, el método utilizado es en general muy rudimentario y no permite describir con precisión la forma de los huesos. En el mejor de los casos, disponemos de estimaciones de robustez o de altura a partir de mediciones realizadas en los huesos largos, y de indicaciones de tamaño a partir de mediciones realizadas en los elementos del cráneo. Así, hasta ahora ningún estudio ha documentado de forma precisa y fiable la variabilidad morfológica de los perros a lo largo de la prehistoria y de Europa.
En nuestro estudio, analizamos una muestra de más de 500 maxilares inferiores (mandíbulas) de perros europeos de hace 11 100 a 5 000 años, es decir, desde el Mesolítico hasta la primera Edad del Bronce, cuando los perros ya estaban bien diferenciados de los lobos. Nos hemos basado en la mandíbula porque es el hueso más frecuente y mejor conservado en el contexto arqueológico.
Además, la mandíbula sigue siendo un buen indicador de la forma general de la cabeza y puede utilizarse para dar un significado funcional a las variaciones de forma observadas. Por lo tanto, se puede estimar si los músculos masticatorios estaban más o menos desarrollados y cuáles actuaban más durante la mordida.
Utilizamos métodos 3D para describir con precisión la forma de estas mandíbulas, es decir, el tamaño y las proporciones dentro del hueso. Para cuantificar esta variabilidad y compararla con la de nuestros perros actuales, utilizamos un marco de referencia formado por un centenar de perros modernos de diversas razas o devueltos a la naturaleza (dingos australianos), así como algunos lobos (modernos y antiguos).
Los resultados de nuestro estudio
Nuestro estudio ha demostrado, por primera vez, que en esta época tan temprana los perros ya mostraban una gran variedad de tamaños y formas de cabeza. Los perros europeos prehistóricos tenían mandíbulas de un tamaño equivalente a las de algunos perros medianos actuales, como el husky o el golden retriever, o de un tamaño equivalente a las de nuestros actuales beagles, o incluso de perros pequeños, como el pomerania (también conocido como spitz enano) o el perro salchicha.
En cualquier caso, todos ellos tenían mandíbulas significativamente más pequeñas que el lobo moderno o arqueológico más pequeño de nuestra muestra. No encontramos ninguno extremadamente grande (como los rottweilers modernos y los galgos barzoi, por ejemplo) ni extremadamente pequeño (como el yorkie y el chihuahua).
En cuanto a la forma, tampoco identificamos ninguna forma muy extrema. No había ningún equivalente a razas muy modificadas como el rottweiler, el galgo borzoi, el bulldog francés, el perro salchicha o el chihuahua. La mayoría de los perros tenían una conformación media, similar a la de los beagles actuales u otras razas como el husky, pero había cierta variabilidad con cabezas más alargadas (mandíbulas parecidas a las de los lebreles bereber o los whippet, o a las de los pomerania).
Aunque esperábamos este resultado y la menor variabilidad de los perros prehistóricos en comparación con los modernos, no esperábamos lo que demostramos a continuación. Observamos que parte de la variabilidad de los perros prehistóricos no parecía corresponderse con nuestros perros o lobos actuales. Esto es sorprendente, dado que nos aseguramos de incluir todos los tipos posibles de morfología integrando los extremos (perros pequeños o grandes con hocicos cortos o largos, perros con una morfología craneal poco modificada como los beagles o los dingos). Por lo tanto, cabía esperar que los perros prehistóricos estuvieran dentro de esta variabilidad.
Es cierto que nuestra muestra moderna no era completa en el momento del estudio, pero desde entonces hemos llevado a cabo un análisis adicional añadiendo perros callejeros (sin una morfología especialmente seleccionada), y resulta que no son suficientes para explicar estas formas únicas observadas en los perros prehistóricos europeos. Es más que probable que si se añaden más perros al corpus moderno se siga encontrando este hallazgo. Esto plantea la cuestión de si algunas formas pueden haber desaparecido.
Además, hemos identificado rasgos anatómicos en los perros prehistóricos en comparación con los modernos, lo que sin duda permite reconocerlos. Estos rasgos discriminatorios pueden, entre otras cosas, ilustrar la adaptación de los perros a las presiones de selección relacionadas con su entorno y su estilo de vida. De hecho, los perros prehistóricos europeos tienen mandíbulas fuertes y arqueadas, lo que sugiere que hacían un mayor uso de su músculo temporal. Una posible explicación es que comían alimentos más duros y difíciles de masticar que nuestros perros alimentados con croquetas. Otra hipótesis es que habría sido útil para defender los campamentos y las aldeas o para ayudar a capturar piezas de caza mayor cuando se cazaba.
Por último, hemos demostrado una mayor flexibilidad en la mandíbula de los perros arqueológicos: en los perros modernos, la forma de la parte delantera de la mandíbula está fuertemente relacionada con la de la parte trasera, debido a limitaciones de desarrollo, mientras que esto es menos frecuente en los perros prehistóricos. Esta mayor flexibilidad podría haber permitido a los perros adaptarse más fácilmente a los cambios bruscos de dieta, por ejemplo.
Nuestro objetivo era describir la variabilidad morfológica de los perros europeos en la prehistoria de forma muy general, comparándolos con los perros actuales, sin intentar explicar esta variabilidad ni seguir la evolución morfológica de los perros durante la prehistoria. Serán necesarios futuros trabajos para descifrar, con rigor, cómo las diferencias geográficas y culturales (que afectan al lugar dado al perro en las sociedades o a su dieta) pueden haber influido en la morfología de nuestros aliados caninos en este periodo.
Colline Brassard, Docteur vétérinaire, Docteur en anatomie fonctionnelle et en archéozoologie, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN); Anthony Herrel, , Muséum national d’histoire naturelle (MNHN) y Stéphanie Bréhard, Archéozoologue, maîtresse de conférences, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN)
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