Claudio Nazoa: Por amor al arte

Dos opciones para morir

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Claudio Nazoa: Por amor al arte

 

Con este texto recibí el Premio Otero Vizcarrondo que otorgaba el diario El Nacional cada año al Mejor Artículo de Opinión. Hoy creo necesario refrescarlo y traerlo a colación porque, en medio de tantas malas noticias, constituye un respetuoso homenaje al resurgir de las artes y del teatro que maravillosamente está ocurriendo en el Centro Cultural Chacao y en otros teatros del país. Sé que ahora a casi nadie le gusta leer, pero les aseguro que si logran el milagro de hacerlo, no se decepcionarán. Gracias.

El mundo está viviendo horas confusas, difíciles y alocadas, sólo los artistas pueden salvarnos.

Nunca se verá ni se escuchará que un artista vaya preso por corrupción o por hacerle daño a alguien.

El artista vive para el bien, para hacer feliz a la gente que se asoma a su arte.

El artista expele libertad, creación, imaginación, amor, talento, expresividad, humor, ternura, poesía y música.

En cada artista hay un poquito de otros artistas, sin importar la especialidad a la que cada uno se dedique. Así, en un hermoso cuadro de Jacobo Borges podríamos escuchar la música de Antonio Estévez o de Miguel Efrén Delgado.

En un poema de Aquiles Nazoa podríamos deleitarnos con la espléndida voz de Alfredo Sadel, estremecernos ante la intensa voz de Violeta Alemán y disfrutar los colores de un cuadro de Alirio Palacios o de Mateo Manaure.

Cuando el gran Cayito Aponte o William Alvarado interpretan el aria de una ópera, podríamos ver bailar a Sandra Rodríguez y recordar, con admiración y nostalgia, la estela de movimientos que con gracia dibujó la bailarina Eva Millán sobre las tablas del Teatro Teresa Carreño, mientras que su profesora y también bailarina, Belén Lobo, danzaba con ella en El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky.

Cuando el maestro José Antonio Abreu soñaba la creación del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, Miguel Otero Silva y Rómulo Gallegos reían e intercambiaban textos para, con suerte, escuchar cerca de ellos la voz de Julio Garmendia contando historias sobre su tienda de muñecos.

Cuando Teresa Carreño toca el piano acompañada por el violín de Pedro Antonio Ríos Reyna, podemos ver de cerca a la otra Teresa, a la de la Parra, leyéndole a Ifigenia Las Memorias de Mamá Blanca.

Cuando el sapo Graterolacho, entrañable amigo, desde el cielo escribe su Camaleón, podemos escuchar a Clara Rodríguez al piano y a Jorge Glem tocar el cuatro, mientras, el Juan de Pedro Emilio Coll continúa tentando sin parar su diente roto.

Cuando el Pollo Brito canta y toca el cuatro, leemos la poesía de Andrés Eloy Blanco y escuchamos al inolvidable Balbino Blanco Sánchez recitando de Aquiles Nazoa La Balada de Hans y Jenny: “Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el ruiseñor de Suecia…”

Cuando Gustavo Dudamel dirige, vemos a Regulo Pérez y a Carlos Cruz Diez, llenando con trazos de luces y colores las paredes de la ciudad.

Cuando con alegría tocan los geniales músicos del grupo La Mojiganga, podríamos fácilmente observar a Carlos Jiménez inventando maravillas que parecen imposibles, como la organización de un Festival de Teatro para Dios.

Cuando escuchamos cantar a María Teresa Chacín y a María Rivas acompañada por el virtuosismo del espíritu de Aldemaro Romero, podemos ver, aún en sueños, al poeta Rosas Marcano y a Rafael Cadenas, con una pluma en la mano escribiéndole a la vida y luego, saludar a José Rafael Pocaterra, quien, encerrado en la casa de los Abila, ríe mientras inventa sus cuentos grotescos.

Cuando leemos a Adriano González León, acariciamos las perfectas formas de las esculturas de Colette Delozanne, y vemos a Rafael Salazar componiendo música.

Cuando Leonardo Padrón escribe un verso o una telenovela, a su lado vemos al maestro José Ignacio Cabrujas, riendo con el humor de Emilio Lovera y luego, como siguiente acto, escuchamos las voces de Renny Ottolina, Gilberto Correa y Amador Bendayán, anunciando la nueva composición de nuestro Simón Díaz.

Cuando leemos a Arturo Uslar Pietri, también podemos disfrutar del extraordinario talento del comediante Laureano Márquez, quien, embelesado, escucha estrofas de amor recitadas por el poeta Jesús Peñalver.

Cuando Pedro León Zapata dibujaba o a Jaime Ballesta se le ocurren ideas raras para El Jardín de los Inventos, nos veíamos todos, porque la esencia del arte es que nos encontremos en lo hermoso de reconocernos como seres humanos.

El arte es el verdadero poder, el poder lógico del hombre.

El arte es la fe, la perseverancia, la vida feliz y poderosa.

 

Claudio Nazoa

 

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