Carolina Jaimes Branger: La complejidad del abuso infantil: cuando la madre es la culpable

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Carolina Jaimes Branger: La complejidad del abuso infantil: cuando la madre es la culpable

Los análisis del entorno social y familiar de mujeres que cometen abuso infantil en contra de sus propios hijos revelan un entramado complejo de factores. Entender estos elementos es crucial para prevenir futuros casos y para desarrollar intervenciones efectivas que protejan a los niños y ofrezcan ayuda a las familias.

Una noticia en Instagram hace unos pocos días hizo que me hirviera la sangre: una mujer joven había maltratado -según los vecinos repetidas veces- a su hijito de cuatro años -y esta última lo había quemado con una cuchara caliente. Deseé que a ella la pusieran presa y le hicieran lo mismo todos los días durante los años que dura la pena máxima.

Cuando me bajó la indignación empecé a pensar qué situación lleva a una madre a causar tanto daño a su hijo. Y es que conocer las dinámicas familiares es un componente crucial en la comprensión de actos de abuso. La mayoría de las mujeres que cometen abusos han crecido en entornos donde la violencia era la norma. Eso puede “normalizar” los comportamientos agresivos. Esas experiencias previas de trauma o abuso pueden afectar la forma en que una persona responde a situaciones de estrés o frustración con sus propios hijos.

Esta joven, en las fotos suyas que publicaron, no parecía ser una sicótica, ni siquiera alguien que reflejara tristeza o rabia. En una se veía con el pelo pintado de verde, con las cejas bien delineadas y actitud coqueta. Por supuesto, nada de esto significa que no tenga comportamientos agresivos. Leí sobre las características comunes de los asesinos y psicópatas en general y encontré que, a menudo, presentan una combinación compleja de características psicológicas y comportamientos que pueden parecer normales o incluso atractivos a simple vista. Tienen capacidad para manipular y engañar a quienes los rodean porque poseen un “encanto” que les permite interactuar eficazmente con otras personas. Su capacidad para parecer simpáticos y accesibles les facilita pasar inadvertidos en la sociedad. Pero no nos engañemos: aunque pueden ser capaces de imitar comportamientos empáticos, no sienten una conexión emocional genuina con los demás. Ni siquiera con sus hijos.

Pero lo que más me dio dolor de este caso, es que los vecinos ya habían acudido a los jueces de paz de su comunidad a denunciarla, y no les prestaron atención. Esto convierte a esos jueces de paz en cómplices. La respuesta de las autoridades ante situaciones de abuso es fundamental. No es el primer caso, ni será el último, por desgracia, en el que el sistema judicial y los organismos de protección infantil fallan en intervenir adecuadamente. La falta de capacitación entre las autoridades locales para identificar signos de abuso es especialmente crítica en lugares donde los recursos son limitados. Hubo quien comentó que los jueces de paz y otros funcionarios están abrumados por la cantidad de casos que deben manejar, lo que puede llevar a decisiones apresuradas o a la inacción. Pero nadie debería quedar inactivo ante la denuncia de un niño quemado en la cara (no sé si lo quemó en otras partes del cuerpo).

Los análisis del entorno social y familiar de mujeres que cometen abuso infantil en contra de sus propios hijos revelan un entramado complejo de factores. Entender estos elementos es crucial para prevenir futuros casos y para desarrollar intervenciones efectivas que protejan a los niños y ofrezcan ayuda a las familias.

¿Qué hacer? Hay que fortalecer la respuesta de las autoridades locales para garantizar que se tomen medidas adecuadas ante situaciones de riesgo. Y, como siempre, la educación y sensibilización sobre la prevención del abuso son pasos importantes hacia la mejora de estos contextos. Mi corazón con ese pobre niño…

 

Carolina Jaimes Brange 
@cjaimesb

 

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