Carolina Jaimes Branger: Iluso, hidalgo, franco…

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Carolina Jaimes Branger: Iluso, hidalgo, franco…

Foto: Mario Vargas Llosa junto a su hijo Álvaro

 

Para Álvaro Vargas Llosa

Conocí al gran Mario Vargas Llosa en Nueva York, hace unos once años, en una reunión del Atlas Foundation. En esa reunión estaba con su esposa Patricia y su hijo Álvaro, quien resultó ser un joven encantador y hasta se sentó en nuestra mesa a departir un rato.

El recuerdo de esa velada en la que conocí a su padre es indeleble. Para alguien que ama escribir, como yo, conocer a Vargas Llosa, quien además ya tenía el Premio Nobel de Literatura, fue un sueño hecho realidad. Pero mucho se ha dicho sobre el escribidor… yo hoy quiero referirme al artículo de otro escribidor, su hijo Álvaro, en el que se despide de su padre, a quien llama, como su gente más cercana lo hacía, “Varguitas”. Terminé llorando a mares. Yo fui muy cercana a mi padre y sentí, de alguna manera, que Álvaro hablaba por mí. Rendir homenaje a un padre es una forma de reconocer y valorar su influencia en nuestras vidas. Y aunque ciertamente cada relación es única, hay diversas maneras en las que un hijo puede expresar su gratitud y amor hacia su padre, y Álvaro lo hizo de manera ejemplar y especial. De casta le viene al galgo…

En las biografías sobre Mario Vargas Llosa siempre mencionan la pésima relación que tuvo con su padre. Empezando porque cuando él y su madre se separaron, a Mario le hicieron creer que había muerto… cosas de la hipocresía religiosa de la época, cuando el divorcio era la vía expedita al infierno. Cuando retoma la relación con su padre, aparentemente fue mala desde el primer día. Y tal vez por eso, Varguitas, cuando tuvo hijos, fue tan buen padre. Por eso la elegía de su hijo es tan maravillosa.

Despedir a un Premio Nobel de Literatura con una vida y obra tan prolífica es muy difícil, más siendo su hijo. Pero Álvaro escogió tres aspectos de su padre para resaltar al ser humano: iluso, hidalgo, franco. Una combinación que embellece su esencia y hace que su escritura resuene todavía más en quienes tuvieron el privilegio de conocerlo y también en quienes lo conocen a través de sus escritos.

Evocando al iluso, Álvaro recuerda la noche -tendría él unos ocho años- cuando escucharon ruidos de asaltantes y su padre bajó a enfrentarlos armado… de una pantufla… El hecho es que los asaltantes, no se sabe por qué razón, se fueron. La ilusión es una característica que a menudo se asocia con la juventud, pero en el caso de un escritor, puede mantenerse viva a lo largo de la vida. Varguitas, con su pluma en mano y un brillo en los ojos, aquella noche con una pantufla, abordó la vida y la escritura con una ilusión contagiosa. Tanto, que sus historias se convirtieron en refugios para quienes se adentraban en sus letras.

Tras el iluso, Álvaro encontró al franco: el hombre que siempre decía la verdad, sin importar cuán dura esta fuera, enseñando a sus hijos la importancia de la honestidad en cada una de sus acciones, fomentando las relaciones de confianza y, sobre todo, de autenticidad.

Y finalmente, el hidalgo. El hombre que trabajaba sin horario, que sabía reconocer sus errores, que sabía pedir disculpas públicamente.

Sí, Álvaro. La Humanidad perdió a un gran hombre, pero tú perdiste a tu padre. Te doy mi sentido pésame, te insto a seguir escribiendo, porque lo haces maravillosamente bien, y a seguir dialogando con Varguitas. Él te enseñó a hacerlo aún después de haberse ido.

Tu escrito es el mejor homenaje que un hijo puede rendir a un padre, porque nace del corazón y refleja la relación única que compartieron. Te abrazo como lo hacemos los venezolanos: apurruñado y mecido.

 

Carolina Jaimes Branger

@cjaimesb

 

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