Compartir con la Iglesia que peregrina en Rimini la canonización de los dos primeros santos venezolanos es un gesto de fraternidad y gratitud. De la Romagna-Emilia han sido numerosos los sacerdotes fidei donum que en la segunda mitad del siglo XX respondieron con generosidad misionera enviando a sacerdotes a trabajar en varios países. Uno de los privilegiados ha sido Venezuela donde han dejado honda huella por su entrega y creatividad que perdura en la memoria de los pueblos y comunidades que atendieron.
Para la iglesia italiana la canonización es algo más bien rutinario pues han sido muchas las causas que desde tiempo inmemorial han logrado llegar a la Gloria de Bernini como beatos y santos para la Iglesia universal. En América Latina en general, con la excepción de México y Perú, la apertura de causas de canonización no ha formado parte de la tradición de los pueblos y de las autoridades eclesiásticas. El llamado que hizo san Juan Pablo II en torno al año 2000 de abrir causas de santos cercanos en el tiempo ha ido dando su fruto. En Venezuela, la primera causa que se abrió en toda su historia fue la del Dr. José Gregorio Hernández treinta años después de su muerte. Para el pueblo el médico de los pobres fue tomando auge para las causas de enfermedades y dolencias que parecían imposibles. Fue ello lo que movió a los prelados a tomar cartas en el asunto. Y a Dios gracias el pasado 19 de octubre el papa León XIV lo propuso como santo para testimonio al mundo moderno. La atención a la salud integral, a las personas y al entorno ha sido motivo de oración e intercesión para encontrar lo que la sociedad a veces olvida, a los de la periferia, a los excluidos. Es un punto de llegada por la alegría y esperanza, pero es sobre todo, un punto de partida para nuevas iniciativas pastorales.
Por su parte, la canonización de la madre Carmen Rendiles, religiosa fundadora de las Siervas de Jesús, nos pone ante la superación que esta mujer tuvo que hacer para sobreponerse a su defecto físico, pero que en la oración y la atención a la juventud, principalmente en la educación es una bocanada de aire fresco para que seamos conscientes de que la santidad no es cosa del pasado ni de gente con cargos importantes en la Iglesia o en la sociedad. Son los santos de a pie, los que con su entrega diaria, con paciencia y constancia abren el horizonte a la esperanza que solo se logra cuando el seguimiento de Jesús se hace presente sin búsqueda de aplausos o de premios.
Que la canonización de estos dos primeros santos venezolanos sea una llamada a la vocación bautismal, misionera, que todos los que hemos sido hechos hijos de la Iglesia, no por méritos propios sino por la apertura a la acción de la gracia que nos hace mover montañas. Gracias a las iglesias hermanas, y la de Rimini es una de ellas que ha puesto y sigue poniendo su granito de arena para que el evangelio se haga presente en el mundo de hoy.
Cardenal Baltazar Porras Cardozo