Llega diciembre y renace en nuestros corazones los sentimientos que nos empujan a reconstruir la paz y la alegría, derribar los muros del prejuicio y la desconfianza, favorecer el conocimiento y la estima mutua, soñar en la igualdad y la justicia, desechar la violencia y el odio. Pero, cómo hacerlo si nos aturden cantos de sirenas que nos hacen perder el rumbo. No se trata de encender muchas lucecitas, no, sino de encender “una luz”, una sola, la del aparente sinsentido en que Dios se rebaja y toma, comparte nuestra débil condición humana, haciéndose niño, frágil, necesitado de la ayuda de María y José para poder vivir. Se le ocurrió nacer en una cueva siendo rey, y los primeros que vinieron a adorarlo fueron unos pobres campesinos, pastores cuidando su ganado a la intemperie, pasando frío y esquivando a las fieras que destruían su único sustento.
Adviento es el camino hacia la Navidad. Adviento quiere decir salir sabiendo que en ese peregrinar no lo tenemos todo claro porque son muchos los escollos, las dificultades, los nubarrones que ocultan el sendero correcto. El futuro no lo tenemos en nuestras manos, pero hay que construirlo desde ahora. Para qué estudio, para qué obedezco a mis padres, para qué obtengo este o aquel título si no estoy seguro de conseguir empleo, para qué casarme si no sé si nos vamos a entender para construir un hogar estable…
Son muchas las interrogantes, pero las dificultades, los muros que hay que derribar solo se logra alimentando la esperanza que no se encuentra, pero se construye en medio de un mundo de espaldas a Dios; dejándonos al descubierto porque impera la ley del más fuerte que nos quiere convertir en esclavos de ideologías, amenazantes con el arma del poder, sembrando miedos que paralizan.
Si somos bautizados se nos invita a convertirnos en artífices de la paz. El cielo se conquista desde ahora, desde esta vida. Abramos la puerta al adviento, a la búsqueda afanosa pero gratificante del amor del niño dios, el Emmanuel, Dios con nosotros, porque el todopoderoso se hace débil y frágil para que seamos constructores de la fraternidad que tanta falta nos hace para soñar con un mundo, un país en paz.
No nos dejemos atrapar por el consumismo. Adviento y Navidad no es el tiempo para gastar y tener lo que no nos hace falta. El mejor regalo que podemos darnos es el de la ternura, del verdadero afecto que se expresa en el servicio al otro, al que a lo mejor no conocemos, pero tiene necesidades mayores que las nuestras. Adviento quiere decir venida, pero ¿quién es el que viene? y ¿para quién viene? Viene el Señor Jesús, y su presencia es continua y continuada; a quien esperamos vigilantes, atentos, llenos de gozo en actitud celebrativa es al Señor que se hizo hombre, que nació de María, que se aproxima cada día a la realidad humana, transformando nuestra historia, tocando nuestras vidas, animándonos a ser mejores cada día.
Las tradiciones navideñas venezolanas son un oasis de paz y fraternidad. Nos alegran los aguinaldos, las posadas, las paraduras del Niño, San Benito de Palermo, los Reyes Magos, la Divina Pastora, los Santos Niños, el pesebre y los arbolitos que prolongan nuestra Navidad hasta el 2 de febrero.
Y ese Niño Lindo viene para la humanidad, para el hombre y mujer de rostros y realidades concretas, viene a ti, a tu vida, a tus situaciones, a reconciliarte, viene para cada ser humano a renovar una relación personal con él, viene para la persona desolada, herida, pobre, abandonada, discriminada, para la víctima y el victimario. Viene a restaurar la dignidad de la persona herida por el pecado, la injusticia, a infundir un espíritu nuevo tocando los corazones de piedra, convirtiéndolos en corazón de carne (Ez 11, 19). Viene para su iglesia, a reencontrarse con ella. Viene para quienes no lo conocen a revelarles su rostro amoroso.
Que este adviento y Navidad derriben los muros que nos separan para que nos abracemos de verdad deseándonos ¡Feliz Navidad y mejor Año Nuevo!
Cardenal Baltazar Porras Cardozo








