Sin servicios básicos, Culluchaca está a 3.800 metros de altitud y allí viven unas 700 familias, que lanzaron gritos de “justicia” el miércoles en los funerales de sus parientes, cuyos restos fueron hallados en fosas comunes e identificados con ADN, después de estar desaparecidos desde mediados de la década de 1980.
Decenas de niños vestidos con trajes típicos andinos portaban carteles que decían: “Somos los nietos de los desaparecidos y olvidados”, “Exigimos justicia para los deudos”. Sus seres queridos fueron víctimas de la cruenta guerrilla maoísta de Sendero Luminoso o de las fuerzas armadas peruanas.
La recuperación de los restos y la entrega a sus familias es parte de una iniciativa del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y la Fiscalía peruana.
Los féretros fueron trasladados en camionetas desde la plaza de armas de Huanta, la cabecera del municipio al que pertenece Culluchaca, tras un recorrido de 16 km por una ruta montañosa plagada de curvas peligrosas.
Decenas de pobladores se congregaron en las laderas de un cerro boscoso, donde fue construido un mausoleo con 60 nichos de cemento para las víctimas.
Los ataúdes fueron subidos en hombros por sus familiares llorando que no paraban de gritar “justicia y reparación”, “ni perdón ni olvido nunca más”.
“Es un día muy especial, estoy viendo siquiera sus huesitos. Estoy feliz y orgulloso de ver por fin a mi familia”, dijo Isaías Asto Puclla, presidente de la asociación de víctimas la violencia política de Culluchaca y del cercano poblado de Pampacancha.
Los padres y el hermano de Asto fueron asesinados en una incursión de guerrilleros maoístas en junio de 1984. “Tras sacarlos de mi casa, los senderistas los asesinaron. Tuve que fugar con dos hermanitas para que no nos maten”, relató a la AFP.
“Ahora ellos podrán aquí descansar en paz”, indicó Asto, quien quedó huérfano a los 11 años.
Paz después del terror
“En Chulluchaca ya no hay más violencia y no queremos que vuelva, porque aquí hubo una masacre, corrió sangre. Nos tapó una nube negra”, indicó Asto, que ahora tiene 44 años.
Tras una misa oficiada en quechua en la catedral de Huanta, los ataúdes fueron abiertos por sus familiares para cubrir los restos de las víctimas con una tela y camisas blancas.
“Es algo simbólico usado en los Andes peruanos”, explicó una campesina.
Aunque están contentos porque regresó la paz, los líderes de la comunidad se quejaron del abandono en el que los tiene el Estado peruano.
“No tenemos colegios, carreteras y un puesto de salud”, dijo Asto.
Idelfonso Quispe Rojas, teniente gobernador de Culluchaca, explicó que ahora la gente vive en paz sembrando papas, habas y cebada, o pastando sus ovejas.
“Es muy doloroso ver a nuestras familias regresar acá”, dijo Quispe a la AFP, tras relatar que 300 personas desaparecieron en esa zona en los años de violencia armada.
“Hemos entregado a sus familiares 23 cuerpos. Aún tenemos 27 en proceso de identificación que va demorar un tiempo prudencial por las pruebas de ADN”, dijo a la AFP el fiscal Honorio Casallo.
Según la fiscalía, más de 2.000 restos han sido restituidos a sus familiares desde el año 2002.
Hace dos semanas, Perú elevó oficialmente a 20.329 las personas desaparecidas, un tercio más que en el anterior recuento, durante las dos décadas de violencia política, desde que Sendero Luminoso lanzó en 1980 una “guerra popular del campo a la ciudad” hasta su derrota ante las fuerzas de seguridad el 2000.
Ayacucho, que concentra 40% de los casos de desaparecidos en Perú, es una palabra quechua que en español significa “el rincón de los muertos”. Fue la región donde nació Sendero, que ganó notoriedad por su crueldad, y epicentro del conflicto armado.
Entre los restos sepultados este miércoles también había víctimas de las fuerzas armadas, las que actuaron sin contemplación en su cruzada antiguerrillera, lo que dejó a los campesinos a merced de ambos bandos.
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