Beatriz De Majo: Petro dixit: “Se acabó la guachafita”

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Beatriz De Majo: Petro dixit: “Se acabó la guachafita”

En mala hora Gustavo Petro se gana la animadversión de Washington. Quien haya seguido de cerca cómo se ha estado preparando en lo legal, en lo estratégico y en lo militar la arremetida del gobierno de Donald Trump en contra del régimen venezolano, calificado hoy de cabeza de un cártel narcoterrorista,  debe preguntarse el rol  que jugarán la guerrilla  y los narcos colombianos en este nuevo cuadro geopolítico en el que el crimen de tráfico de droga y el terrorismo asociado ocupan un lugar tan preponderante en el ideario y en el accionar del nuevo presidente de Estados Unidos dentro de nuestro continente.

Dicho con otras palabras, ¿puede desasociarse la acción que Estados Unidos emprenderá en contra de los cárteles en Venezuela de la contribución que Colombia, su guerrilla y sus narcotraficantes aportan en ese mismo terreno?

Para nadie es un secreto que el tráfico de sustancias ilegales es lo que permite subsistir en lo económico y en lo operativo a las guerrillas en Colombia. Ninguna ideología las identifica en este momento. La insurgencia armada colombiana hoy, aupada y apoyada por el régimen del país venezolano, no es otra cosa que la fachada de un inmenso negocio ilegal que parte de la hoja de coca colombiana y que, a través de todas sus instancias de procesamiento y transporte, y ayudada por los cárteles de la droga existente en la región, consigue llegar hasta los mercados consumidores para allí perpetrar los estragos que harto conocemos y que le quitan el sueño al mandatario republicano. Si algo le ha permitido a ese negocio criminal crecer y fortalecerse en los años del gobierno de Petro es el contubernio y la cogestión entre guerrilla y clanes de la droga, aparte de su relación con Miraflores.

Buena parte de la información estratégica con la que cuentan los órganos norteamericanos de combate al narcotráfico provienen de la bien aceitada relación que existió entre las fuerzas armadas del país del norte con los gobiernos colombianos durante las administraciones previas a la llegada del presidente cordobés a la Casa de Nariño.

A partir de su aparición en el escenario político presidencial, Gustavo Petro desarrolló una animadversión frontal en contra del presidente de Estados Unidos que está contribuyendo no solo a generar importantes desencuentros con la primera potencia mundial, sino a inquietar a sus propios nacionales sobre el rumbo que tomarán las relaciones bilaterales entre Bogotá y Washington, las que han favorecido hasta ahora la consolidación de lazos comerciales y de inversión de muy amplio espectro. Y valga decirlo, una relación que ha sido y es esencial para la estabilidad económica del país neogranadino.

No pareciera que el presidente Gustavo Petro sienta a su país como un eslabón clave en esta política de combate al narconegocio que se ha diseñado y se está poniendo en ejecución desde Washington. Estemos claros en que el cultivo y producción de cocaína en manos de los rebeldes colombianos es, además, el origen del desacomodo social del país neogranadino por la violencia asociada a ellos y resulta ser la causa eficiente del éxodo de miles de nacionales que intentan buscar asiento en Estados Unidos.

Bien equivocado es pensar que todo el aparataje de guerra que el mandatario estadounidense ha ordenado y las acciones de persecución que desde allí se emprendan, están diseñadas para afectar solo a los cárteles que operan en conjunción con el régimen de Venezuela.

No ha sido solo el apoyo decidido que Petro ha dado al régimen venezolano lo que juega en su contra, hay que reconocerlo. Actuaciones muy destempladas del presidente de Colombia en Naciones Unidas, sus apariciones en las calles de Nueva York, megáfono en mano, y sus declaraciones públicas en torno al actual gobierno norteamericano, así como su política favorecedora de las actuaciones de Hamás, todo ello forma parte de una nueva y estridente forma de diplomacia colombiana que está encontrando pocos adeptos.

Un sesgo positivo tiene, sin embargo, este absurdo accionar del presidente que equivocadamente muerde la mano de quien le da de comer.

El cansancio del país llega a niveles que serán adversos para el presidente ubicado ya en el inicio de una campaña electoral. La gran mayoría de los colombianos deploran en su ser íntimo el monumental avance del narcotráfico, de los narcocultivos y del terrorismo guerrillero durante los años de Petro. Lo lamentan tanto como el desgobierno de los pasados tres años.

Si Gustavo Petro está pensando que una posición como la que ha asumido ante Donald Trump y que una diplomacia atrabiliaria enarbolada desde la Casa Nariño le es útil para fidelizar a su base electoral en los comicios del año que viene también se equivoca. Pagará el más alto precio por ello porque sus actuaciones contribuirán a aglutinar a la oposición en su contra.

El colombiano de bien ya no puede más. También a Gustavo Petro se le va a acabar la guachafita.

Beatriz De Majo

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