Corrían los primeros días del año de 1928. Mi papá, Aquiles Nazoa, tenía ocho años de edad para ese entonces. Vivía con sus padres, Micaela González y Rafael Nazoa, en el barrio de El Guarataro, en Caracas. Tuvo una infancia muy humilde, con la suerte de tener unos padres maravillosos quienes, a pesar de no contar con recursos materiales suficientes, lograron educar y hacer felices a sus hijos. Esta historia es muy bonita, ojalá la puedan leer hasta el final (cosa que hoy en día es muy difícil). Hagan el esfuerzo. Les prometo que vale la pena.
Venezuela, llena de colores y alegría, estaba alborotada con los preparativos para recibir al coronel Charles Lindbergh, quien arribaría al país pilotando su legendaria máquina voladora Spirit of St. Louise, con la cual, el 20 de mayo de 1927, cruzó el Atlántico en solitario, desde Nueva York hasta París. Todo estaba preparado en Caracas para recibir a este héroe, quien para la época era una especie de Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna.
Originalmente el avión de Lindbergh aterrizaría en los campos de golf del Country Club de Caracas. Lo cierto es que al general Juan Vicente Gómez no le gustaba mucho Caracas ni los caraqueños, así que decidió que el aterrizaje fuera en la ciudad de Maracay.
Volando desde Colombia, Lindbergh ingresa a territorio venezolano a las 12:30. Esto se conoce con exactitud porque entre los telegrafistas se organizó una especie de cadena en todos los pueblos, para informar cuando lo veían pasar. En los cielos caraqueños, la aeronave fue avistada a las 5:42 de la tarde por personas emocionadas, quienes por primera vez veían un avión. Lindbergh, finalmente, aterriza en Maracay a las 6:10 de la tarde de ese 29 de enero de 1928, siendo recibido por el general Juan Vicente Gómez y por miles de curiosos.
Un grupo de niñas le entrega un ramo de flores al aviador estadounidense.
-¿Son naturales? –pregunta Lindbergh mientras las huele.
-Sí, míster Lindbergh –responde el general Gómez- son hijas naturales, pero de muy buena familia.
Era importante ponerlos en contexto para que comprendan cómo esta historia se cruza con la de un niño de ocho años, quien, en un futuro, se convertiría en uno de los más grandes intelectuales, poetas y humoristas de Venezuela.
A las 2:00 de la tarde del 29 de enero de 1928, Aquiles Nazoa y otros niños de la parroquia El Guarataro de Caracas, sin permiso de sus padres, salen de sus casas para buscar el sitio en donde ellos creían que aterrizaría Lindbergh. En sus mentes infantiles, estos muchachitos imaginan que una cosa tan importante tiene que ocurrir en el Palacio de Miraflores, lugar en donde el presidente atendía cuando estaba en Caracas.
Toda la ciudad estaba en la calle esperando el acontecimiento porque a ciencia cierta no se sabía si por fin el avión aterrizaría o seguiría de largo. Aquiles Nazoa y su patota de carajitos de El Guarataro llegan emocionados a las puertas del palacio presidencial. Aquiles, en medio de su inocencia y emoción, cree que si logra subirse a un sitio más alto, conseguirá estar más cerca del avión. Fue así como de manera audaz decide trepar una reja altísima que daba hacia el balcón presidencial. Aquiles intenta animar a sus compañeros para que lo sigan, pero estos deciden dejarlo solo. El niño continúa caminando peligrosamente por la delgada cornisa del palacio y cuando por fin llega al balcón, la policía lo estaba esperando. Llorando, explica que lo hacía para ver más de cerca la aeronave.
-¡Muchachos! –le gritó a sus amigos mientras lo llevaban preso a la Jefatura de La Pastora- me cuentan cómo es el avión. Y avísenle a mi papá en donde estoy.
Esa fue la primera de muchas veces en la que Aquiles Nazoa fue detenido durante una dictadura por perseguir sus sueños.
Es una historia bonita, una historia real. Mi padre la contaba emocionado. Y luego, con tristeza, decía que mientras lo metían a la jefatura, a las 5:42 de la tarde, solo logró escuchar, a lo lejos, el ruido del motor del avión de Charles Lindbergh, ahogado por gritos emocionados de la gente que veía el avión que pasaba sobre Miraflores.
¡Qué jodida puede ser la vida! Charles Lindbergh nunca imaginó que un niño de ocho años lloraba de tristeza en el interior de un calabozo, mientras miles de niños caraqueños lo hacían de alegría porque lograron ver un avión por primera vez.
El epílogo de esta historia es que Aquiles Nazoa, en medio de su sueño de niño, se transformó en el copiloto de Lindbergh y junto a él, sobrevuela eternamente la Caracas que tanto amó
Claudio Nazoa