La actualidad está profundamente asediada de discusiones que no conducen a nada. O a poco. Tan engorrosa es la situación en general, que las complicaciones azotan las realidades. Pero a pesar de lo que está ocurriendo, en medio de tan entramado plano, están las verdades enarbolando sus demostrados argumentos. Las mismas, parecieran aves volando, aunque en ordenada bandada. Justamente por la disposición que mantienen en el demarcado espacio que configura tan complicada realidad. Esto bien lo explica la Teoría del Caos.
Pero, en lo específico, ese problema, más que político, es de ciudadanía. Y en efecto es así, pues la mirada está enfocada a lo que soporta tan gruesas y pesadas razones. Es ahí -precisamente- cuando se advierte que lo que sostiene tan macizo “volumen”, tiene la forma que perfila el ámbito: “educación”. Pues sus dimensiones destacan la silueta que sólo puede distinguir a la “educación”. El aroma que despide, es de “educación”. Y el color que distingue tan notoria corpulencia, es el de “educación”. De manera que no hay otra magnitud que se equipare, distinta de la que configura la “educación” en todas sus expresiones.
¿Dónde reside el problema?
La educación, es el único estamento político y ético-moral sobre el cual descansan las razones que mantienen el caos vivo y elocuente a todo dar. Definitivamente es así. Pero no por su presencia, sino por la carestía que devela. Tan enmarañado y gran problema, se distingue a leguas.
Cuando el Libertador expresó, ante el Congreso de Angostura, el día de su inauguración, el 13 de febrero de 1917, que “moral y luces, son los polos de una República”, estaba refiriéndose a la importancia de la educación. Esto queda ampliamente verificado, por cuanto sin duda, el contexto del cual se desprende tan profusa frase, emergió del terreno discursivo donde ancló la siguiente oración: “Para sacar de este caos nuestra naciente República, todas nuestras facultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo. La composición del gobierno, en un todo. La legislación, en un todo. Y el espíritu nacional, en un todo” (Subrayado es propio). Más aún, Bolívar había sostenido que “la educación forma al hombre moral (…)”
A pesar de tan categóricas consideraciones, además avaladas por el ejemplo de brillantes mujeres y sobresalientes hombres públicos, la dinámica de los nuevos tiempos, últimos y actuales, han puesto de relieve cuánto se ha desacreditado el esfuerzo educativo de precursores como Simón Rodríguez, Andrés Bello, entre muchos.
Presunciones ciertas
Pareciera que la educación y las corrientes teóricas que han incitado su significación y pertinencia, han desvirtuado importantes cuotas de su aplicación. Han confundido el hecho de engendrar la felicidad, a costa de cualquier prenda de intercambio, con el eximio propósito de cultivar en las personas, actitudes, destrezas y la capacidad mental positiva necesaria que coadyuve al desarrollo de la sociedad en la que viven.
Y aunque cada época y cada pueblo posee los ideales que inculcan mediante la educación que se imparte, siguen permitiéndose procesos de enseñanza-aprendizaje desviados de los valores que le siembran moralidad y ética, libertades y derechos, a la población.
Tan agudo es el problema, que se consienten realidades para las cuales educar consiste en inducir procesos dirigidos a crear prejuicios que animan la soberbia suficiente para desarreglar el mundo. Lo cual ha estado deformando eventos que construyen historia y cimientan desarrollo social, político y económico. Entiéndase la amenaza de la Inteligencia Artificial cuando la misma comience a actuar desde la hondura de la educación. Ni siquiera es posible imaginar la hondonada de confusiones y disparates capaces de generar problemas serios de largo alcance.
Inferencias de cierre
No es de dudar que ahora mismo, la educación impartida se halla envuelta en un marasmo de confiscaciones cuyos resultados hundan cualquier propósito de loable consideración. La educación es actualmente víctima de cuanta intención de violentar los fundamentos y principios que consagra la normativa ciudadana. Y justamente, en el centro de tan conspirativas situaciones, están vaciándose las libertades, los derechos fundamentales y hasta sueños y proyectos de factura íntima-personal. Cabría preguntarse ¿qué lugar ocupa la educación en las circunstancias actuales?
Cambiar la verdad por la aceptación o por la conformidad que ofrece una educación complaciente, sale muy caro. La actualidad a la que debe enfrentar la educación, esta dominada por condiciones que han lacerado la dignidad. Más, luego de haber visto ¿cómo la vergüenza perdió su valor en la realidad mundana desde el mismo momento en que embaucó la educación por causas indolentes, prosaicas e insípidas. Y todo ello ha sucedido al impúdico amparo de discursos y decisiones que, sin causa robusta, exaltan la educación. Como si la educación fuera un “jarrón chino” que lo empolva el curso del tiempo.
Hasta allá han llegado las realidades por donde se ha colado una educación deformada por la dinámica de ilusas tendencias doctrinarias y conceptuales. He ahí lo que de tal calamidad resulta. Quizás, el reconocido filósofo alemán, Enmanuel Kant, en su obra Crítica del Juicio, tuvo razón al asentir que “el hombre no es más que lo que la educación hace de él”. Sin embargo, como las realidades cubren supuestamente toda intención que surja de la educación, indistintamente de la corriente sobre la cual ajusta su ideología, no queda otra preferencia que salir del atolladero “enredado, pero no quebrado”.
Antonio José Monagas







